La ciudad de Barcelona se caracteriza por su variedad de tramas, densidades y usos, y los barrios en el entorno inmediato del nuevo parque no son una excepción. Esta atenta mirada al entorno del arquitecto Jordi Farrando es la que genera el parque. Un parque necesariamente fragmentado, como la propia ciudad, donde las piezas se engarzan a través de un sutil hilo argumental que lo dota de continuidad y le da escala metropolitana.
El territorio en el cual se implanta ha sido históricamente un territorio de fractura, que distanciaba los barrios a sus flancos. Establecer conectores urbanos que faciliten los recorridos transversales y lo articulen al entorno es la premisa de partida. El carácter de estos conectores deberá responder a la manera en que la ciudad se acerca al parque: unos enlazará espacios públicos y equipamientos de alta frecuentación, otros tendrán carácter más íntimo y recogido.
El parque se configura así como una sucesión de episodios de dos tipos: unas plazas, vinculadas a los conectores principales y que dan respuesta al entorno inmediato, y una serie de paisajes mediterráneos, con abundante arbolado y vegetación, que establecen una secuencia ritmada de referencias que trascienden la propia ciudad.
El parque alterna entonces las plazas de barrio con el palmeral, la huerta, los jardines, la dehesa y el pinar y da lugar a un corredor mediterráneo que remite al recorrido del tren que se encuentra en su subsuelo.
Es un parque equipado, con señalización interactiva y autogestionable, con un alto porcentaje de superficie drenante, una red de riego que aprovecha el agua de lluvia, pérgolas fotovoltáicas que permiten satisfacer sus propias necesidades, y una adecuada elección de especies vegetales autóctonas.