En homenaje al gran Alberto Cruz Covarrubias, un arquitecto egresado de la Universidad Católica de Valparaíso, quien tuvo la suerte junto a muchos otros, de asistir a las clases de este recién fallecido arquitecto y teórico, ha querido compartir con nosotros unas palabras, que hablan sobre su método de la enseñanza de la arquitectura.
Una sala repleta de estudiantes y profesores de arquitectura y diseño que enmudecen cuando por la puerta entra un hombre de 90 años que camina con dificultad hasta tomar asiento. Es Alberto Cruz, que abre con manos temblorosas un pequeño cuaderno, hace pequeñas notas y dibuja, mientras otro profesor habla en esa clase de Taller de América. Cuando Alberto toma la palabra, el silencio se hace más profundo.
La primera mitad del siglo de las guerras, de las instituciones fracturadas, de la política inflamada, y en Chile una arquitectura atrapada entre los órdenes y el modernismo, y las universidades estáticas, cooptadas por sus propios complejos. La ausencia del lugar en la obra, el olvido de la particularidad del continente. En esa mitad de siglo compleja, Alberto Cruz reconoce otro camino y lo sigue riguroso. Otros lo acompañarán a Valparaíso. La música de las matemáticas, el dibujo incansable, los juegos, el acto poético.
“El acto es concluso porque es en melancolía así observa conformando un lenguaje que da hospitalidad al oír a la poesía” (1)
El proyecto de una Capilla en Pajaritos, un espacio luminoso que acoge con pureza el acto de orar. El estudio y propuesta de un plan maestro para un asentamiento en la periferia que subraya y revela la nostalgia del mar de aquellos que dejaron Valparaíso y propone un alivio mediante el árbol. La ira contra la Avenida del Mar que separó para siempre a la ciudad del Océano Pacífico. La Reforma universitaria, Godofredo Iommi, y un viaje poético que propone un nuevo norte para América. Una Ciudad Abierta. Un país fracturado.
Una concepción de la disciplina basada en la observación del acto arquitectónico, mediante el dibujo y la anotación, con la finalidad de poder nombrarlo. La poesía concurre en cuanto a su habilidad primaria de poder develar aquello oculto al lenguaje. “Traerlo a presencia”, diría algún profesor de Valparaíso. La forma sometida a la coherencia entre el discurso y la plástica. El método estructurado como una forma de estudio para toda una escuela de arquitectura y diseño. El reconocimiento de la academia, de sus alumnos, por la admiración que genera entre los hombres la entrega total a un oficio. Esa sensación potente que provoca estar frente a una persona tan lúcida. Esa inercia que tenía Alberto Cruz a ubicarse en los bordes del conocimiento y en los límites del arte. La poiesis, la vanguardia.
Su familia, muchos alumnos, profesores, amigos, su Escuela entera, lo despidieron en la Ciudad Abierta con melancolía. El Siglo 21 lo celebra en cambio, con un continente que se mira más que nunca a sí mismo, un Valparaíso que ha recordado al Océano Pacífico y una arquitectura con más lugar y menos órdenes.
Mientras se oye al poeta: primero aparece la autónoma reverente penumbra que nos pertenece, luego el dibujo, enseguida la escritura en sus renglones
