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Arquitecto: NO.MAD
- Año: 1998
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Fotógrafo:César Sanmillán
La estatura de lo pequeño
Atravesar al “otro lado del espejo” le costó a Alicia la ingestión de una misteriosa pócima y la vuelta a su estatura infantil. Sin embargo, esta transformación le acercó e hizo asequibles toda una serie de experiencias y percepciones propias de cualquier estado alterado de la conciencia. Lewis Carroll lanzaba así un dardo envenenado contra la sociedad de su época ligando la desaparición de esa máquina perfecta de aprendizaje y percepción que es un niño en edad temprana al cambio de su estatura, hacia lo grande, lo adulto y lo consciente. Si al mundo “real”, ese lugar pensado y diseñado por gente de tamaño mayor, le ha correspondido siempre un espacio a su medida, ¿Cual es entonces el espacio que debe albergar a la gente de pequeñas dimensiones?.Ese espacio, sin duda debe ser un lugar estimulante, tocable, respirable, para personajes que miran con ganas de ver desde ochenta y cinco centímetros del suelo y cuyo radio de acción táctil no supera el metro quince de altura. La primera simulación de esta experiencia, para nosotros los de estatura consciente, quizá sea el equivalente a descubrir un espacio de “cuclillas”. Así, el espacio planteado arranca de la idea de un mundo infantil cuyo límite bien definido sea la dimensión accesible en altura de un metro y quince centímetros, con materiales, puertas, ventanas y objetos creados para la estatura pequeña de sus principales usuarios. El resto del espacio debe corresponder al inalcanzable mundo de sus cuidadores.
La dualidad del marsupio
Un canguro se la juega en sus diez primeros segundos de vida. Desde su salida al mundo desde el útero materno tiene que trepar, ante la impasible mirada de su madre, a lo largo de cincuenta centímetros de piel peluda en una marcha lenta y ciega hasta la entrada en la bolsa marsupial. Una prueba de fuerza vital para su posterior supervivencia. Instalado allí vivirá los próximos meses de su vida en un espacio a medio camino entre el calor de los fluidos internos de la madre y el frío salvaje de lo exterior. Un lugar único en la Naturaleza con dos peculiaridades que lo cualifican; la posibilidad de poder “asomarse” al entorno desde una posición de protección privilegiada y la capacidad de “esconderse” en un interior en el cual la luz y el calor del afuera se insinúan a través de la frágil piel protectora. De esta manera, el espacio está planteado como un estadio intermedio entre el calor de la zona de protección que se supone es el hogar familiar y el lugar desprotegido del exterior, de la sociedad adulta. Un lugar cuasimarsupial con esa característica dual de poder disfrutar del paisaje desde la seguridad o sentirlo sin ser sentido, dos posibilidades que tienen su reflejo físico en la proyección del programa al espacio construido. Por un lado, las aulas configuran la zona donde los niños se asoman a la realidad a través de un gran muro continuo de vidrio transparente y están separadas entre sí por diafragmas acristalados móviles, con diferentes tratamientos hasta la anteriormente mencionada altura infantil, que permiten transformar el espacio interior de la manera más flexible en función de las necesidades del momento.
Al exterior los montes del País Vasco, la gran variedad de tonalidades verdosas y una lámina de césped que penetra a través del acristalamiento en forma de linóleo natural del mismo color en solución de continuidad. Es aquí, en las aulas, donde el sol de la mañana calienta directamente las primeras horas de juego. Entre las aulas y compartiendo el acristalamiento exterior se sitúan los aseos, con la intención de que todas las funciones compartan el privilegio de la contemplación del entorno. Los accesos a los aseos desde las aulas construyen una segunda circulación interna que discurre deslizándose paralelamente al muro de vidrio. Dichos aseos marcan asimismo la entrada de los niños desde la zona de juegos ajardinada a través de puertas para su estatura y con inodoros y lavabos de dimensiones infantiles para limpiarse y recordarles al mismo tiempo que la dimensión del espacio donde entran no es otra que la suya. Por otro lado y en la orientación opuesta se sitúa el lugar de protección para sentir el exterior sin ser visto, un espacio de grandes dimensiones independizable del resto mediante un gran diafragma, matizado con diferentes tipos de vidrio hasta el límite marcado en altura y preparado para absorber diversas actividades psicomotrices, de nutrición o de descanso. Un muro continuo de vidrio estructural translúcido actúa de separador con el exterior, y una puerta corredera de altura infantil permite la salida al exterior a través del mismo. Es aquí, donde en la tranquilidad de la siesta y el cansancio de la tarde, se perciben al interior los vibrantes cambios del sol poniente.
Brillos en el paisaje
Para englobar toda esta maraña de relaciones internas y pluralidad de sensaciones, en un ejercicio de traducción de las mismas a la cubierta, transformamos mediante cortes un plano ideal en un relieve multifacetado reflejo directo de las particiones interiores, mimetizando la geografía circundante, cuyo recorrido todas las mañanas, permanece en la memoria de los niños. De esta manera cada aula dispone de un cielo propio que particulariza su espacio y lo hace reconocible al interior, con una cubierta de acero brillante, de reflejos cambiantes en el paisaje a lo largo del día por la diferente orientación de sus pendientes. Esta lámina metálica se apoya visualmente en cuatro muros de materiales diferentes según la respuesta al entorno inmediato. Al Este un paramento de vidrio transparente con la zona de juegos, al Oeste un muro de vidrio estructural translúcido con la zona de descanso, al Sur una sólida y deslizante pared de ladrillo vitrificado que separa el edificio de la carretera vecinal y al Norte un muro pétreo de filita apomazada que se abre como un Sésamo cualquiera para permitir el acceso desde el aparcamiento a los cuarenta niños, ladrones de los sueños de sus progenitores.