“El habitante urbano de hoy no sabe dónde y cómo se producen los alimentos que consume ni cómo son distribuidos. Nos hemos convertido en dependientes de enormes y poderosas corporaciones de lucro que traen grandes cantidades de alimentos desde las granjas industriales a nuestros supermercados. Pero todo el proceso está oculto, es masivamente complejo y, en última instancia, es insostenible". Carolyn Steel, autora de Hungry City, en su charla TED: “How Food Shapes Our Cities”.
En algunos lugares del mundo, los ciudadanos están comenzando lentamente una “revolución alimenticia”. La necesidad provocada por la crisis económica o el cambio de mentalidad de las personas que buscan alimentarse mejor para evitar enfermedades casi epidémicas -como la obesidad-, han impulsado la acción de las personas, tomando la situación por sus propias manos y convirtiéndose en apicultores urbanos o “agricultores de azotea”.
En Latinoamérica y a pesar de su gran cantidad de beneficios aparentes, este tema todavía no alcanza a ser central dentro del debate cotidiano. Sin embargo, tímidamente ha ido tocando la puerta de las familias y aunque la participación de la comunidad y los grupos de presión política son vitales para impulsar estos movimientos, también podría serlo el diseño arquitectónico.
Revisa, a continuación, algunos exitosos programas de agricultura urbana en Latinoamérica y una serie de propuestas internacionales que podrían darnos luces de cómo la arquitectura puede apoyar esta revolución si ponemos a los alimentos en el centro del diseño.
El caso de Cuba
En la década de 1990, frente a una escasez masiva de alimentos, los ciudadanos de La Habana hicieron lo único que podían, tomar sus vidas en sus propias manos. En los balcones, terrazas, patios y terrenos baldíos, los vecinos comenzaron la siembra de frijoles, tomates, plátanos - todo lo que pudieron, en el lugar que se podía. En el lapso de dos años, había jardines y granjas en todos los barrios de La Habana.
El gobierno se dio cuenta y en vez de acallar estos esfuerzos, los facilitó. En 1994, el recién formado Departamento de Agricultura Urbana emprendió algunas acciones fundamentales: (1) se adaptó la ley de la ciudad con el concepto de planificación de usufructo, legalizando la adaptación de suelos públicos sin uso en parcelas de producción de alimentos , (2) se formó una red de agentes, compuesta por los miembros de la comunidad, para supervisar, educar, y fomentar las huertas en sus barrios, (3) crearon "casas de semillas" (almacenes agrícolas) para proporcionar recursos e información y (4) se estableció una infraestructura de mercado de venta directa para que estos jardines fueran financieramente viables.
En 1998 ya había más de 8.000 granjas reconocidas oficialmente en La Habana -desde pequeñas parcelas dirigidas individualmente a grandes fincas estatales- todo orgánico (por necesidad, no se importaban pesticidas) y con una producción de alrededor del 50 % de las hortalizas del país.
Por supuesto, este ejemplo está lejos de ser perfecto, ya que con el pasar de los años Cuba depende nuevamente de las importaciones extranjeras. Lo que es fascinante, es cómo debido a la necesidad, la comida se convirtió, una vez más, en el factor principal en la formación urbana de su capital. Lo que se necesitó, sin embargo, fue la eliminación completa y forzada de su sistema de alimentación impuesto previamente.
En Cuba, todo empezó gracias a los ciudadanos involucrados que actúan en respuesta a una crisis. Antes de que la Agricultura Urbana se convirtiera en una alternativa viable para alimentar a la ciudad, se convirtió en un curso visible para la acción.
Algunas tímidas -pero exitosas- iniciativas en Latinoamérica
Al menos por lo que se conoce públicamente, los ejemplos de este tipo en América Latina todavía son muy focalizados y menores. Son comunidades que por distintas razones han comenzado huertas vecinales o comunales, pero que todavía no alcanzan a cubrir totalmente la dieta de las familias ni ha reemplazar su dependencia de los productores industriales. Muchas de ellas son impulsadas y/o apoyadas por el Gobierno local.
En el año 2011, la delegación de Iztapalapa, ubicada al oriente de la Ciudad de México, comenzó a usar sus espacios públicos como huertos de hortalizas, buscando mitigar los efectos que la crisis alimentaria y ambiental. La iniciativa tuvo la participación de 200 vecinos organizados en comités ciudadanos, creando el programa 'Siembra Iztapalapa, Agricultura Urbana'. Además de modificar el paisaje urbano, esto permitió mejorar la economía local a través del autoconsumo y la venta de una parte de las cosechas a bajos precios.
Cómo cuenta el reporte de la BBC, donde puedes revisar más información, el programa también promovió la producción de alimentos desde las propias viviendas, logrando la participación de más de 8.000 familias. “Una sola parcela trae muchos beneficios”, aseguraba una de las delegadas en esos años, “con un terreno de 1.200 metros cuadrados se pudo colocar 28 camas de siembra que en próximos meses cosecharán 5.000 lechugas, 2.010 coliflores y 900 hojas de albahaca y con lo que se beneficiaran más de 6.000 personas”.
En Caracas, Venezuela, el Proyecto de Desarrollo y Consolidación de la Agricultura Urbana y Periurbana, ejecutado por la Fundación de Capacitación e Innovación para Apoyar la Revolución Agraria, CIARA, alcanzó en el año 2012 un total de 8.803 Unidades de Producción Agrícola (UPA) dentro de la ciudad. Esto sumó un total de 9.413 productoras y productores urbanos, quienes se han interesado por desarrollar pequeños espacios agrícolas en sus casas, centros educativos o terrenos comunitarios, con fines de autoconsumo, intercambio y distribución de hortalizas a precios justos.
En Chile, un completo estudio realizado por la ONG Red de Agricultura Urbana (RAU) en el año 2012, contabilizó 39 huertos urbanos alrededor de la ciudad de Santiago, “un 36% está destinado al autoconsumo; un 24%, a la educación (colegios y universidades que van a chacras municipales, entre otras, a estudiar cómo se hacen y cuidan); un 15%, a plantas terapéuticas (con propiedades medicinales) y un 14%, de carácter sólo estético y paisajístico”. Esta medición logró generar una red entre los encargados de cada huerto, que hoy se agrupan en su sitio web y comparten conocimientos y lecciones en una especie de“Ruta de las Huertas”.
Rosario, Argentina también tiene su propio Programa de Agricultura Urbana, consiguiendo cambiar parte del paisaje de la cuidad integrando en sus barrios un interesante proyecto de economía social. Solares en desuso ahora son huertos comunitarios que se manejan de manera agroecológica. Su propuesta funciona además como una estrategia de lucha contra la pobreza.
Aunque muchos de estos movimientos nacen a partir de una crisis o necesidad determinada que obliga a cambiar de “elección”, el desafío está justamente en incorporar el tema de la alimentación como parte importante del diseño urbano y arquitectónico, para acortar -no sólo la distancia física- sino también la distancia conceptual entre nosotros y nuestra comida. De esta forma, podríamos lograr la auto-suficiencia de las familias y podríamos gozar –en su totalidad, como región- de los beneficios económicos, ambientales y sociales que nos entrega la agricultura urbana.
Te invitamos a entrar en el debate sobre nuestro papel como arquitectos en este tema y a compartir con nosotros los movimientos locales existentes en tu ciudad.
* Este artículo ha tomado como referencia directa una serie de artículos publicados por Vanessa Quirk en ArchDaily. Puedes revisarlos en el siguiente link.