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Arquitectos: Ghezzi Novak
- Año: 2022
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Fotografías:Renzo Rebagliati
Descripción enviada por el equipo del proyecto. Un viaje de dos horas hacia el este desde Lima nos lleva a Cocachacra, un pequeño pueblo al lado de los Andes donde se encuentra este proyecto familiar. Llegamos por la Carretera Central, una carretera nacional que recorre el centro del Perú y es un registro geográfico de la sección transversal del país, desde el Océano Pacífico hasta la Amazonía, atravesando la Cordillera de los Andes.
Es en este contexto donde existe la casa, por lo que la convivencia con el mundo natural, la intensidad de las montañas y la comprensión del clima son consideraciones clave en el proceso de diseño. Parte de la experiencia de estar en la naturaleza es permitir que se satisfagan los demás sentidos: escuchar los sonidos de la vida silvestre, oler el aire fresco o disfrutar de la lluvia sin encerrarse.
Para capitalizar las fuerzas climáticas y paisajísticas del campo, pensamos en el volumen principal como un único techo inclinado que pudiera albergar y tejer espacios habitables interiores y exteriores. En los establos de San Cristóbal de Barragán encontramos el esquema que nos ayudó a ejercitar esta idea, donde los aleros alargados se convierten en un alar al aire libre que permite el contacto con la naturaleza y las interacciones diarias. No es raro ver en casas tradicionales cercanas espacios exteriores cubiertos adosados a las fachadas donde parece que el tiempo no pasa.
Estos porches o alares no sólo dan cobijo sino que también tienen un importante valor social que nos interesa rescatar. Con un enfoque de huerta, este proyecto se complementa con otra mirada de la naturaleza en su interior, una agricultura doméstica donde la estacionalidad cobra importancia para la organización culinaria del hogar.
Las jardineras de piedra dispuestas libremente a lo largo del terreno permiten que los cultivos se manejen por separado y según temporada para uso doméstico, creando caminos internos entre ellos que brindan otra experiencia con la naturaleza como recurso. Para respaldar este huerto, se diseñó un volumen utilitario compacto de dos pisos con una cocina, cuartos de almacenamiento para cultivos y herramientas de jardinería, un área de trabajo para manipulación de cultivos y dormitorios adicionales en el nivel superior.
Los acabados con cal en las paredes les permiten respirar y aportan un verdadero color blanco. La cubierta del largo techo inclinado se trabaja como un manto de ladrillos de arcilla cortados en mitades y tercios dispuestos en patrones que hacen referencia a los textiles de Ani Albers. La arquitectura de la casa explora el espacio del alar y las posibilidades de la vida en el exterior. Las conexiones con la propia naturaleza y con el paisaje circundante.
El tejido íntimo de espacios interiores y exteriores. La generosidad del refugio y la libertad. Para nosotros, una parte muy agradable de la imprevisibilidad de los espacios fue la magnífica ocupación por parte del cliente. Llevó la idea del alar un paso más allá y el resultado es una vida exterior llena de acción, muebles, decoración, perros, comida, interacciones, vida y muchas posibilidades. El cliente, un chef, demuestra que la sostenibilidad es la convivencia equilibrada e incierta entre la arquitectura, su huerta y el mundo natural.