En la década de los 40 el Colegio de Arquitectos de Chile patrocinó varios concursos nacionales de anteproyectos, de los cuales el más importante fue el Concurso del “Monumento pro-cumplimiento del Voto Nacional de O’Higgins en Maipú”, en el que pudieron participar arquitectos chilenos y argentinos.
El objetivo del concurso era dar “cumplimiento digno al voto del General Bernardo O’Higgins” de construir un templo para Nuestra Señora del Carmen, como reconocimiento de la victoria en la batalla de Maipú en Santiago.
Fue el primer concurso internacional en Chile. El jurado fue presidido por el arquitecto Alberto Risopatrón, entonces presidente del Colegio de Arquitectos, el que había sido constituido legalmente como tal el año anterior, según la Ley Nº 7211 de 1942. Risopatrón también había sido parte del Concurso del Pabellón de Chile en Sevilla en 1927, al igual que el arquitecto José Forteza.
En esa misma década y en la siguiente se realizaron numerosos concursos de anteproyectos, entre ellos los de la Escuela Militar (1943), el Colegio San Ignacio, el Colegio Verbo Divino y la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile (1952). El director del Concurso del Templo Votivo fue el arquitecto Jorge Aguirre Silva. Las bases indicaban que en el Jurado debía estar representada España. También se señalaba que los pueblos americanos tuvieron la necesidad de ser independientes, pero que jamás rompieron los vínculos de raza y religión que nos ligaban a España.
Se establecía también los honorarios a entregar por el desarrollo del proyecto, al arquitecto ganador, cuyo monto era fijado según el arancel del Colegio de Arquitectos de Chile. Se consultaba un premio de 40.000 pesos. Se presentaron 14 proyectos de arquitectos chilenos y 5 argentinos.
El Jurado se componía por el Vicario Castrense del Ejército; el pintor Fray Pedro Subercaseaux; el Presidente del Colegio de Arquitectos y Decano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica, Alberto Risopatrón; el arquitecto José Forteza, ex-profesor de las Escuelas de Arquitectura de la Universidades de Chile y Católica; el arquitecto Ricardo Almozara, Jefe de Obras Militares del Ministerio de Defensa Nacional; el arquitecto Raúl G. Pasman, ex-presidente de la Sociedad Central de Arquitectos de Buenos Aires y representante de los arquitectos argentinos; el arquitecto Raúl Lissarrague, presidente de esa misma entidad argentina, y Luis Browne Fernández, arquitecto designado por el Colegio de Arquitectos de Chile.
El Jurado entregó el resultado el 7 de Diciembre de 1943, resultando ganador el arquitecto Juan Martínez Gutiérrez, quien era entonces Consejero del Colegio de Arquitectos y profesor de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Chile. El segundo premio lo obtuvo el arquitecto argentino Carlos Pelender. La primera mención correspondió al proyecto del arquitecto chileno Raúl Palma Correa y la segunda, al argentino Francisco Squirru.
El día 20 de Diciembre de 1943, el Colegio de Arquitectos organizó una recepción en el Círculo Español en honor a Juan Martínez, donde el arquitecto Alberto Risopatrón se refirió al vencedor como “destacado arquitecto, artista, profesor, e hijo de la Madre Patria”.
El 16 de Julio de 1944, día de la Virgen del Carmen, se realizó la bendición de la primera piedra. El edificio fue inaugurado 30 años después, el 24 de Octubre de 1974. El edificio estuvo en construcción durante 30 años. En 1969 el arquitecto Rodrigo Márquez de la Plata fue nominado para continuar las obras de construcción a causa de la delicada salud de Juan Martínez, trabajando en coordinación con el Consejo de Monumentos Nacionales cuando fuera necesario. Así fue como en 1974, se alteró el diseño original de la plaza-atrio y la triple columnata que la conformaba, de la cual existía solo bocetos y un plano escala 1:500. Se simplificó la planta y se ajustó su trazado, para dar remate al límite oriente de la explanada. Se decidió conservar los muros laterales de la parroquia de “Nuestra Señora del Carmen de Maipú”, situada en el lugar que había decidido Bernardo O’Higgins en 1818.
El Templo, ubicado en el eje de los dos antiguos muros, coincidía con el eje de la calle 5 de Abril, exhibiendo su estructura de ladrillo a la vista. El espacio entre los muros cobró sentido procesional y se constituyó en el acceso al conjunto. El Templo se inserta en el centro de la comuna de Maipú, dentro de una zona urbana de baja altura, destacando de esta manera por sus dimensiones y altura, dominando el entorno aún hoy, a pesar del surgimiento de algunos edificios de cierta envergadura.
El conjunto monumental se compone del Templo, de 90 metros de alto, y de una columnata de dos brazos curvos que conforman la gran plaza de forma elíptica, que se ha comparado con la de Bernini en San Pedro, en Roma. Esta fue pensada para realizar ceremonias masivas, por tanto, sus dimensiones y forma, y la monumental columnata curva que soporta la cubierta y que acoge al visitante conformando la plaza, hacen del conjunto un hito urbano.
La poderosa forma escultórica y consistencia estructural, que sorprende e impacta a la primera mirada, tiene su justificación en el carácter simbólico y emblemático del encargo, el cual exigía características distintas a cualquier otro templo. Había allí un compromiso y un encargo singular que debía ser, además de una iglesia, un edificio de fuerte significación para el pueblo de Chile, del cual pendía un compromiso nacional.
Se reconoce en esta obra el origen de la escuela de Beaux-Arts, en la que Juan Martínez se formó. Su clasicismo se expresa en la organización simétrica en torno al eje geométrico oriente-poniente que incluye la columnata y los muros pre-existentes de la antigua iglesia.
Posteriormente, ya a cargo de la obra el arquitecto Márquez de la Plata, se reemplazó el sistema estructural original de la columnata por un sistema prefabricado, llamándose a colaborar al arquitecto Oreste Depetris, iniciador de la prefabricación en Chile. Se eliminó la triple línea de columnas del diseño original planteándose una sola. Las columnas, conformadas por dos mitades adosadas y unidas en la vertical, tenían 8 metros de alto, y pesaban 14 toneladas (7 toneladas cada media columna). Se montaron las columnas empotrándose en 1.60 metros en caja espiga de fundación (18). Juan Martínez se interesó siempre por las tecnologías constructivas, renovadoras, de modo que fue bien interpretado (en ese período Juan Martínez, se encontraba retirado por motivos de salud).
En el templo, sus respectivas fachadas laterales, en dinámico cambio formal descendente, alternan elementos curvos y elementos rectos escalonados, sacando provecho a las propiedades del hormigón armado. Dan cuenta de la espacialidad programática del interior, en una secuencia de alturas diferentes que van desde la más alta, que corresponde al acceso, hasta la más baja, que coincide con el altar, en cuyo punto focal se encuentran todos los ejes geométricos que ordenan el conjunto, y que parten del lugar que ocupa la Virgen del Carmen, que se ubica al fondo del presbiterio, lugar que coincide con la más baja altura del Templo. Este ordenamiento radial que da dinamismo al espacio, genera perspectivas distintas, cuyas visiones van cambiando continuamente.
El lugar de mayor altura se da en el ingreso: allí se encuentran los más grandes vitrales, en los que dominan los colores azul, violeta y rojo, sin dejar pasar mucha luz al interior. El campanario, sobre la fachada principal, de forma cúbica e independiente del resto del edificio, pero integrada, resuelve sus fachadas mediante un juego de elementos horizontales que sobresalen del plano de fachada. Este tratamiento de fuertes ritmos horizontales otorga identidad a la torre. Sorprende el remate del campanario mediante un techo más bien convencional (rasgo ecléctico propio de Juan Martínez). Bajo el campanario, en tanto, se desarrolla una galería-mirador.
Desde la torre se desliza un manto de hormigón que cubre el templo y desciende hacia el altar, terminando en un muro escalonado transversalmente. Paralelamente, dos mantos angostos laterales bajan hasta encontrarse con el transepto.
El Templo, visto desde su parte posterior (poniente), se asemeja a un animal echado, siendo el campanil la cabeza, y los mantos en descenso, el cuerpo en reposo. Es la vista menos agraciada del edificio. La volumetría tratada en base a cuerpos adosados, sumados a los retranqueos, ritmos y combinaciones de superficies curvas y rectas logra, pese a todo, configurar un conjunto integrado
El arquitecto Manuel Cuadra reconoce en el Templo elementos expresionistas y del Art-Nouveau y, al mismo tiempo, conceptos clásicos (orden geométrico y simetría), conteniendo principios de distinto origen, conjugándolos e integrándolos con habilidad.
Juan Martínez logra crear un edificio escultural, no exento de dramatismo monumental en el exterior, aprovechando las características ventajosas del hormigón armado, explotando sus propiedades plásticas y expresividad estructural-formal.
El interior se percibe como un espacio potente, algo escenográfico, mientras que en el exterior se presenta como un monumento de impresionantes dimensiones y de sorprendentes y desconcertantes formas. Su lenguaje acusa influencia del expresionismo alemán, cuyas obras Juan Martínez conoció en su estadía en Europa, después de terminar el Pabellón de Sevilla. A juicio del arquitecto Rodrigo Márquez de la Plata ,el edificio es un monumento conmemorativo de la batalla de Maipú por el exterior y un Santuario, en el interior.
-
Arquitectos: Juan Martínez Gutiérrez
- Área: 8600 m²
- Año: 1944
-
Proveedores: Melón Hormigones