Hace unos días se dio a conocer en Bogotá el diseño ganador del futuro Museo Nacional de la Memoria Histórica, etapa final de una tarea encomendada al Estado por un mandato de la Ley de Víctimas (Ley 1.448 de 2011). El proyecto buscará rememorar el conflicto armado colombiano, dignificar a las víctimas y sus familias, reparar simbólicamente los impactos de la guerra y manifestar claramente la urgencia de acabarla.
Determinar la apertura de un espacio que estimule la reflexión y el debate sobre la verdadera historia del conflicto en un país donde las cosas siempre se cuentan y se oyen a medias, es ya muy significativo, pero ¿puede la arquitectura aportar a la construcción de una memoria colectiva en un país como Colombia?
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Con este tipo de proyectos, y al igual que países como Alemania, Ruanda, Chile o Argentina, Colombia no sólo busca hacer frente a la violencia, sino también reciclarla, llevándola a espacios comunes y haciendo visibles sus consecuencias para que la barbarie ni se olvide ni se repita.
El Museo Nacional de la Memoria hace parte de un proyecto más amplio de la Alcaldía de Bogotá, para convertir toda la calle 26, desde los Cerros orientales hasta el Aeropuerto El Dorado, en el “Eje de la Memoria y de la Paz”. Ese eje articulará el futuro Museo con el Cementerio Central, el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación del Distrito, el Centro Nacional de Memoria y el Monumento a los Caídos. Las obras sobre esta zona comenzarán en el 2016 para inaugurarse dos años más tarde.
Martha Bello, directora del Museo Nacional de la Memoria, señaló a El Tiempo que el complejo cultural se construirá basado en cinco temáticas: primero se hablará del horror, luego las causas y razones de los sucesos violentos, el tercer tema será el de los impactos de la guerra, el cuarto se enfocará en las iniciativas de paz y el quinto hablará de la “memoria en tiempo presente”.
Determinar la apertura de un espacio que estimule la reflexión y el debate sobre la verdadera historia del conflicto en un país donde las cosas siempre se cuentan y se oyen a medias, es ya muy significativo. Luego llevar el cometido a concurso público y delegar la tarea del diseño a los arquitectos, sirve como punto de partida para lanzar una serie de preguntas: ¿qué piensan los arquitectos sobre la memoria?, ¿puede la arquitectura aportar a la construcción de una memoria colectiva en un país como Colombia?, ¿es el conflicto armado el único aspecto de la “memoria histórica colombiana” que se debe considerar?
Uno de los problemas gruesos del país es la indiferencia de sus habitantes hacia los sucesos que no los afectan directamente: el filósofo y periodista André Gorz (co-fundador de Le Nouvel Observateur) decía que la única riqueza humana es la sensibilidad y agregaba que todas las demás son riquezas materiales. La arquitectura tiene el poder de transformar el espacio y los lugares que el hombre habita y de los cuales le es imposible abstraerse totalmente, crecemos en entornos construidos y en ellos -y partir de ellos- también se escribe nuestra historia.
Si los arquitectos logran proyectar lugares de encuentro, que reúnan y a la vez reconozcan la individualidad de sus habitantes, lugares que evoquen -como lo diría Jacques Herzog- “las relaciones que existen entre las imágenes visibles e invisibles de este mundo”, entonces están aportando de alguna manera a la construcción colectiva de la memoria. La arquitectura hace parte de la relación que establecemos con la geografía y el paisaje que nos determina, y es por esto, que las cualidades de un espacio afectan directamente a sus habitantes y tienen la capacidad de hacerlos sensibles hacia todo lo que los rodea: la sensibilidad produce afecto y el afecto con el paso del tiempo construye memoria.
En entrevista con El Espectador, el arquitecto Felipe González Pacheco (MGP Arquitectura & Urbanismo), señaló que "la memoria es la historia y es la que nos mantiene cuerdos. Sin la memoria, estaríamos locos. Recordar lo que hemos sido nos permite evolucionar… Es la historia, en resumen, la que nos proyecta hacia el futuro. Y un museo como éste es el registro de la historia".
González Pacheco también se refirió en la entrevista al diseño de la propuesta ganadora:
“Se trata de seis piezas iguales que, aunque separadas, conforman un todo. Que tocan muy levemente el suelo y el cielo. Es eso: un recorrido entre el suelo urbano, democrático, para todos, y el cielo. En el intermedio hay seis salas independientes entre ellas que, en conjunto, conforman una secuencia de espacios cuyo mensaje es que en este país existen miles de individualidades, todo tipo de víctimas, pero en el fondo tenemos que pensar que todos somos parte de esto.”
En el concurso se presentaron 72 propuestas con diversas aproximaciones al tema de la memoria y la imagen del museo, haciendo de la convocatoria en sí misma un aporte interesante al panorama actual del país, abriendo la discusión y volcando la atención de arquitectos nacionales e internacional a la reflexión, invitando al gremio a comprometerse con la construcción de una Colombia distinta desde el oficio arquitectónico.
Ahora, si bien el conflicto armado es un tema crucial, doloroso y urgente para el país, vale la pena preguntarse si el conflicto armado es el único tema sobre la mesa cuando hablamos de una construcción de memoria en Colombia. Si consideramos los desastres ambientales y la escena inmobiliaria de los últimos meses y años, tal vez el próximo museo nacional de la memoria deba estar dedicado a los páramos. O bien, a los ríos devorados por la minería; a los árboles del amazonas; a las construcciones con cierto valor histórico y patrimonial que han sido derrumbadas para dar cabida a altas torres de edificios de vivienda, oficinas u hoteles de lujo.
Queda abierta la discusión.