Enorme, como un estadio de fútbol hecho a medias, el Campus de la UTEC de Grafton Architects, diseñado entre el 2011 y el 2012 y cuya primera etapa se culminó el 2014, es actualmente el principal hito de bienvenida a Barranco, en Lima.
Aunque emplazado en un lugar en el que nunca debió estar (Del Castillo, 2014), este edificio estuvo destinado desde su concepción a ser un hito urbano: suponía resolver un programa amplísimo en un terreno muy singular, alargado, junto a una vía rápida y en medio de las dos principales vías de acceso al distrito. Pero su emplazamiento también está rodeado de un tejido urbano residencial de baja densidad hacia Barranco y otro muy similar hacia Miraflores, aunque este último tiene ya, en el borde, algunos multifamiliares de altura regular. Además, el proyecto tiene a su merced un accidente geográfico de relevancia paisajística: la Quebrada de Armendáriz.
Así las cosas, el objeto arquitectónico tiene un escenario que le brinda grandes oportunidades. Pero que también le impone obligaciones complejas que requieren una preocupación especial por el entorno urbano y el paisaje.
Al revisar la solución propuesta por Grafton encontramos que es una gran barrera volumétrica que se levanta sobre el borde norte del terreno, que se ha nivelado y convertido en un podio. A lo largo de este borde norte se alzan enormes placas en sentido norte-sur que generan una especie de bastidor vertical dentro del cual cuelgan los volúmenes y pasarelas que albergan tanto las funciones académicas como las circulaciones públicas en diez niveles de altura. Los volúmenes van descolgándose escalonadamente hacia el borde sur del terreno donde, en el vértice suroeste, se encuentra una plaza alargada que sirve de atrio al ingreso principal del conjunto. Su orientación longitudinal este-oeste permite que las fachadas norte y sur puedan abrirse sin quedar expuestas al asoleamiento y la disposición de los volúmenes suspendidos en el bastidor les permite tener casi siempre una buena ventilación. La sostenibilidad y la estructura-como-forma —un interés particular del estudio que les ha llevado a formular algunas lecturas interesantes de la obra de Souto de Moura— parecen ser los principales intereses del estudio Grafton en este proyecto.
Y no atienden ambos intereses con el mismo éxito. Mientras que la preocupación por la sostenibilidad se resuelve con estrategias clásicas y sencillas, el interés por la estructura-como-forma queda desfigurado en la realidad —la del proyecto ya construido— por una serie de elementos estructurales que parasitan la fachada norte, quitándole claridad a su lectura formal y sobre todo convirtiéndose en una sugerencia de que el argumento estructural del bastidor es solo una excusa y que la verdadera función de este es la retórica. Cosas que suceden cuando un proyecto no contempla a conciencia los requerimientos prácticos de su construcción. Otro cambio significativo es la densificación del bastidor. En el concurso, Grafton ofrecía una composición que era una barrera transparente. El jurado advirtió en el Acta del Concurso que esto era posible gracias a que no estaban atendiendo la totalidad del programa pero supuso que al pasar al desarrollo del proyecto podrían aumentar la densidad formal de esta barrera sin sacrificar la transparencia (Frampton, y otros, 2012). Cosa que no fue posible. La transparencia ya no existe más que en reducidas secciones y como idea formal se ha perdido. Así, solo la sostenibilidad del proyecto se ha resuelto exitosamente. Además de la función, claro está.
¿Pero son estos los únicos aspectos que merecían atención? Antes se explicó que no y Grafton lo sabía. En las láminas de sustentación que presentaron al concurso, brindaron algunas ideas tanto alrededor del paisaje como del entorno urbano. Sin embargo, al analizar las ideas y su aplicación en el diseño resultan ser, lamentablemente, falacias, como explicaré a continuación.
Con el entorno urbano plantean los siguientes términos:
Hacia el lindero norte el terreno colinda con una transitada red vial. Vemos este lindero como la fachada principal del proyecto, que es visible desde el tráfico y que es el registro del nuevo campus en el imaginario colectivo. Hemos ubicado los ambientes especiales de la Universidad: el auditorio, las salas de reuniones y el teatro en la base del ‘acantilado’, definiendo el lindero norte hacia la vía rápida y alentando la interacción cultural con el público en general [1] (McNamara & Farrell, 2012)
Si bien su valoración de la fachada más importante es correcta, no se entiende cómo lograrán que los servicios que están ubicando en ese lindero —el auditorio, el teatro— logren alentar la interacción cultural con el público en general. Estas funciones se encuentran ubicadas a un nivel y en una zona que solo es posible registrar desde un vehículo, transitando por la vía rápida. Para un peatón sería imposible tener contacto con esa parte de su lindero norte y por lo tanto no sería nunca posible que exista una real interacción del público con estos servicios. Claro que podrían alegar que es posible que les registren en la distancia y esto sea lo que aliente la interacción. Pero eso es también imposible porque estos servicios están encerrados en el podio del edificio y lo único que se puede ver de ellos es un muro de contención ciego, totalmente subordinado y aplastado por el resto del edificio que se alza sobre él. La debilidad de este argumento es sorprendente.
Pero eso no es todo. La idea concerniente al paisaje la llaman ‘The New Man-made Cliff’ y la formulan así:
La singular condición de Lima en su relación con el mar, con acantilados que definen el límite entre tierra y mar, nos fascina. El paisaje verde de las cimas del acantilado gira tierra adentro desde el mar hacia la ciudad, formando una especie de valle verde. El emplazamiento forma parte de este ‘dedo’ verde que conecta al mar con la ciudad justo ahí. Este proyecto del nuevo Campus UTEC es concebido como un ‘nuevo acantilado’, que continúa desde el borde del mar, claramente afirmando y definiendo la Universidad en su nuevo lugar [2] (McNamara & Farrell, 2012).
Basta prestar un poco de atención al entorno del proyecto para darse cuenta de que los acantilados no están ahí. Su inclusión en el discurso es arbitraria y soslaya un verdadero elemento del contexto natural del proyecto que es la Quebrada de Armendáriz. La reduce a ser “un dedo verde que viene desde el mar”. Y la Quebrada no viene del mar hacia la ciudad, sino al revés. Parece una diferencia irrelevante pero no lo es: el suelo de Lima en esa zona está formado por capas superpuestas de residuos aluviales, es decir, huaycos que se han ido acumulando uno encima del otro a través del tiempo. Miles de piedras, grandes y pequeñas, arrastradas hasta aquí desde los Andes por masas de lodo que, al asentarse, fueron surcadas por riachuelos y acequias. Uno de esos flujos de agua generó esta Quebrada, llevándose lentamente hacia el mar, primero, el lodo seco y, luego, las piedras que quedaban en el camino.
Esta lectura es relevante pues nos ofrece dos cosas claras: un ritmo y una estética. El ritmo descendente y constante de la erosión hídrica y el movimiento lento de los sedimentos podrían haber sido motivos formales verdaderamente pertinentes y potentes para utilizar en el proyecto. También la estética del desgaste de una masa y su fragmentación en masas más pequeñas y el aparente desorden de los bloques erráticos que permanecen varados en el suelo como vestigios de una unidad que ya no existe. Ideas formales mucho más pertinentes al entorno real del proyecto que la alusión a los acantilados. Luego, si había que pensar en la Quebrada solo como un paisaje verde, al menos valía la pena verlo ¿cierto? Pero el proyecto se castra a sí mismo de esa oportunidad al decidir rígidamente su orientación. Y además la materialidad y el lenguaje formal propuestos por Grafton para este ‘Acantilado’ evocan más fácilmente los afilados farallones rocosos de las Islas Británicas que nuestros acantilados de barro y piedras redondas. La idea del ‘New Man-made Cliff’ es pues, también, insostenible.
¿Cómo juzgar entonces a este proyecto? En la honestidad de sus propios términos. Cuando uno lo ve entiende que en él no hay interés por el paisaje ni por la ciudad. ¿Esto le hace un mal edificio? No necesariamente. El edificio funciona aunque solo sea para sí mismo. Y eso sí es una pena pues este proyecto tenía condiciones para ser trascendente: la mesa estaba servida pero el ensimismamiento ganó. Lo que pudo ser una obra maestra —muchos con ligereza lo han calificado así— apenas llegó a ser correcto. Y era necesario explicarlo y decirlo.
Referencias:
Del Castillo, J. M. (5 de setiembre de 2014). Obituario de una Huaca. Recuperado el 15 de octubre de 2016, de 'lamula.pe': https://lamula.pe/2014/09/05/obituario-de-una-huaca/juanmadelcastillo/
Frampton, K., Pallasmaa, J., Dal Co, F., Garcìa Bryce, J., Correa Miller, F., & Graña Acuña, A. (Enero de 2012). Concurso UTEC, Acta del Jurado. Arkinka 194, 6-7.
McNamara, S., & Farrell, Y. (Enero de 2012). Concurso UTEC, 1º Puesto. Arkinka 194, 6-15.
[1] El texto original está en inglés. La traducción es del autor.
[2] El texto original está en inglés. La traducción es del autor.
Nota: El presente texto obtuvo la primera mención honrosa en el I Concurso Nacional de Crítica Arquitectónica, realizado en Perú, 2016.