En julio pasado, el Ayuntamiento de Madrid junto al Colegio de Arquitectos de Madrid (COAM) abrieron el concurso internacional de ideas para la remodelación de la histórica Plaza de España en el centro histórico de la capital española. Tras seleccionar más de 70 proyectos, cinco semifinalistas fueron evaluados por un jurado compuesto por miembros del Ayuntamiento y reconocidos arquitectos seleccionaron los dos proyectos finalistas de autoría anónima: 'Welcome mother Nature, good bye Mr Ford' y 'Un paseo por la cornisa'.
En una última votación que se realizará entre el 13 y el 19 de febrero próximo, los madrileños escogerán al proyecto ganador, para su desarrollo y posterior construcción, finalizando su construcción idealmente en el primer semestre de 2019.
En esta ocasión, podrás conocer en detalle la propuesta ''Welcome mother Nature, good bye Mr Ford', uno de los dos finalistas del certamen.
Extracto de memoria: El mito del conflicto entre lo natural y lo artificial no es nada nuevo. La Epopeya de Gilgamesh (ca 1500 a.C.), el escrito más antiguo conocido por nuestra civilización, ya lo planteó en sus once tablillas de barro cocido. En este poema, el hombre nacido en la Naturaleza y criado por animales, aún salvaje, se enfrenta con el héroe de la ciudad. Pelean en la PLAZA del mercado, y al no poder derrotarse entre sí alcanzan un acuerdo y se reconcilian para siempre. De esta manera llega la conocida amistad entre Ekindú y Gilgamesh. La PLAZA de la ciudad, es pues, desde Sumeria, el lugar en el que se puede entrar siendo enemigo y salir hermanado.
La contemporaneidad nos trae nuevas lecturas, tanto sobre la Naturaleza como sobre la esencia del Espacio Público urbano. Son lecturas diversas, pero innegablemente modernas, aunque unas sean más modernas que otras.
Respecto a la Naturaleza, nos interesa traer aquí la idea de la Arquitectura del Paisaje, es decir, el establecimiento de cierto orden sobre el medio físico, usando los materiales que le son propios y exclusivos. Y como referencia inspiradora acudiríamos al Emerald Necklace que Frederick L. Olmsted desveló a lo largo del río Moody en Massachusetts. La geografía, la geología o la hidrografía tienden líneas -casi indelebles- sobre el suelo, que la ciudad puede recuperar para introducir la vegetación más consistente en su tejido denso. Madrid Río es un ejemplo de esto. Muchas ciudades del mundo descubren hoy corredores verdes sobre trazas casi borradas o sustituidas con el tiempo por sistemas de trafico motorizado: Seúl, Boston, Liubliana o Seattle nos hablan ya de un trueque feliz: infraestructura verde en vez de superestructura gris. En Madrid, la “artificialidad natural” del Campo del Moro (plantado en 1844) y de la Casa de Campo (replantado en 1945) soporta con fortuna un futuro más verde.
En cuanto a la vigencia del espacio público, y siendo precisos, de la PLAZA como lugar social de expresión, de confluencia y de libertad, solo debemos mirar mínimamente hacia atrás. La ciudadanía ha tomado las plazas, y éstas han proyectado su voz, o su canto, mucho más lejos que nunca antes en la historia. Muchas expresiones colectivas de inconformismo o renovación llevan el nombre de una plaza sobre su frente.
La tecnología, tanto en el primer como en el segundo caso, es una amigable compañera de viaje. Con la Naturaleza, porque permite incorporar materiales vivos -árboles, arbustos y alfombras vegetales- a un medio algo hostil, como es el centro de una ciudad. Los nuevos sistemas de transporte de la vegetación desde sus campos de origen, de plantación, de nutrición y de irrigación, así como las ciencias aplicadas al mantenimiento y al aprovechamiento de los residuos vegetales, permiten soñar con un espacio casi natural en el centro urbano. Y con la Ciudad de la gente, porque la capa digital que sobrevuela entre los edificios permite que cada persona pueda hablar y fijar sus palabras en un medio indeleble y accesible. Interactuar con la suma de sus experiencias. Hacerse oír por todos y sobre todo por los que han de velar por el interés común. Disponemos de la tecnología, y mañana la tendremos más y mejor.
¿Por qué renunciar a una de las dos caras de este espacio que la ciudad quiere recuperar? ¿Por qué no hacer que Naturaleza y Ciudad se hermanen en un lugar mítico como Ekindú y Gilgamseh? ¿Por qué no plantar el más fresco y frondoso de los parques, ayudados de los árboles que nos esperan desde hace décadas? ¿Por qué no, TAMBIÉN, abrir un espacio urbano libre, equipado, limpio y conectado, en el que sea fácil sumar vivencias ciudadanas, programarlas, celebrarlas? No queremos renunciar a nada de esto. Sobre esta idea se sustenta el proyecto .
El año 1908 convoca, sin quererlo, tres hechos que, al coincidir en el tiempo, hoy nos hablan de que las casualidades no existen. Henry Ford presenta su primera producción de coches populares fabricados en cadena industrial. Nicolás Peñalver, alcalde de Madrid, proclama un bando en el que literalmente dice: “el automóvil no debe circular por una población a velocidades excesivas […] pero el peatón no tiene tampoco derecho a disputar a los vehículos la posesión y disfrute del centro de las calles y plazas…”. Ese mismo año se demuele el cuartel de San Gil, liberando para siempre el espacio que hoy ocupa la plaza de España. Ciento diez años después, se inaugurará la nueva plaza. Este espacio público habrá abandonado definitivamente el siglo veinte, el siglo en el que el automóvil privado no dejó de fagocitar, década tras década, el espacio común de los ciudadanos.
La propuesta se puede explicar con breves palabras, encontrando respuesta a pocas preguntas. Cómo disminuir la presencia de automóvil sin colapsar la circulación. Cómo incorporar una continuidad total del espacio libre.Cómo tratar el paisaje para enlazar ámbitos verdes de gran valor. Cómo proponer un espacio cívico, puramente urbano, que no niegue ninguna respuesta a las anteriores preguntas.
La disminución del tráfico pasa por las siguientes premisas: es necesario disminuir drásticamente los carriles de Gran Vía y Cuesta de San Vicente. También lo es prolongar el túnel existente hasta la calle Ferraz. Por último, eliminar el giro a la izquierda que desde gran vía acomete la cuesta de San Vicente para salir de la ciudad y reconducirlo por la calle Ventura Rodríguez. Con estas operaciones la intensidad del tráfico puede reducirse al 50% en días de diario. Pero, además, los días en que la Gran Vía solo se use para transporte público, se garantiza la descongestión de la plaza y la peatonalización de Princesa en sus primeros tramos, gracias a la salida de la ciudad por Ventura Rodríguez y a la desviación, posible gracias al túnel, del tráfico de entrada hacia Bailén y Ferraz.
La continuidad espacial, gracias a la reconfiguración del tráfico alcanza su plenitud. La plaza conquista por completo sus bordes sur y oeste. Se extiende hasta besar los pies de los edificios y así amplia notablemente su superficie. Además, mediante una operación que concilia las diferentes cotas de nivel, el suelo que sustenta toda la operación se suaviza como una alfombra mullida desde Princesa hasta los Jardines de Sabatini, desde Gran Vía a Bailén, desde la Plaza de Oriente hasta el parque del Oeste. Más del noventa por ciento de estas superficies tiene una pendiente menor del 3%. Además, nuestra decidida voluntad de suprimir desniveles verticales lleva a proponer una nueva conexión peatonal ente Madrid Río y la Plaza, a través de un talud arbolado que asciende dulcemente hasta los Jardines de Sabatini.
El paisaje que construimos es un tratamiento reparador. Actúa cosiendo los paisajes que esperan. El principal material, la vegetación. La pauta, la marcada por las plantaciones existentes: la potencia de las masas del Campo del Moro y el Parque del Oeste, la sutileza del ajardinamiento de Sabatini o la contundencia de los árboles que aún resisten en la Plaza. Plantamos mil árboles más. Las trazas del arroyo Leganitos, la del antiguo Camino del Río, y los flujos consolidados de las personas desde los barrios, son las que reafirman la geometría del proyecto. En realidad, la geometría progresa desde el orden decimonónico hasta la explosión fractal de los parterres que expresa el conflicto resuelto entre la Naturaleza y la Ciudad. Y en el claro del bosque, un lugar que expresa la identidad de los ciudadanos dibujado como una huella digital sobre el pavimento, como un código de barras que se conecta con el mundo.
Y, al fin, la plaza. Un espacio en el que todo puede ocurrir. Todo lo que los madrileños deseen. Un claro en ese Bosque que viene de la Casa de Campo. Un sitio que es hijo del bullicio metropolitano de la Gran Vía. Un lugar para la participación constante, que formará también parte del proceso de mejora del diseño final. Como podrá ser en las esculturas que la adornarán y equiparán. Un soporte activo, abierto, donde la capa digital de la ciudad llegue a tocar a cada uno de los que se propongan encontrase allí, opinar, organizarse, disfrutar en común. La plaza de la gente.