A lo largo de los años hemos podido constatar que música y arquitectura caminan juntas como disciplinas; si bien es cierto que esto ocurre inmediatamente en modos de representación gráfica y geométrica, el lenguaje empleado en ambas es el elemento que acaba conformando este tejido que parte en términos de composición. La historia de los “conservatorios” se remonta a Italia en donde eran extensiones de algunos orfanatorios a cargo de órdenes religiosas.
Por otro lado, en la sociedad azteca la formación musical se impartía en espacios llamados cuicalli, los cuales eran equivalentes a los conservatorios europeos. Esta proximidad legítima entre música y arquitectura es el resultado de una búsqueda que surge de un recorrido de lo inmaterial, de una representación gráfica de éste para finalmente brincar a una ejecución. Si bien es cierto que la música no se materializa, se trata de la convergencia de ocupar el espacio y darle sentido.
Un ejemplo material de este tejido disciplinar es el Conservatorio Nacional de Música, construido un año después que la Escuela Nacional de Maestros, y declarado Monumento Artístico de la Nación en 2012. Aquí se conjunta lo local con lo moderno en un mismo espacio de sosiego y parsimonia. El arquitecto del proyecto, Mario Pani, aprendió los ideales europeos para consumarlos en México y además fue un violonchelista consumado, por lo tanto conocía bien su campo de batalla.
Podemos reconocer en su arquitectura la ubicación del acceso en un vértice ochavado con respecto a una línea que divide un ángulo por la mitad fungiendo como eje rector, así como la intención de liberar el frente para crear una plaza de acceso que se abre hacia la fachada principal. La colaboración de Pani y el grupo de ingenieros de Bernardo Quintana –apenas unos meses antes de formar Ingenieros Civiles Asociados (ICA)– fue fundamental.
Se trata de una arquitectura integral que se apoya en las estructuras, pero también en las artes como la pintura y la escultura con profundas raíces mexicanas. En el caso del conservatorio se logra un notable conjunto escultórico de Armando Quezada, ubicado en la curva central de la fachada principal, así como la integración de dos murales de José Clemente Orozco. Este espacio se desarrolla coreográficamente mediante una rigurosa composición que enuncia un recorrido por el edificio, la curva central se extiende hacia la parte posterior del terreno mediante dos brazos que rematan en dos volúmenes de planta circular que corresponden a la sala de ensayos de percusiones y a la biblioteca respectivamente, con este gesto el edificio abraza un auditorio al aire libre meticulosamente hundido y rematado por una concha acústica, empujando de esta manera los gestos proyectuales hacia el máximo aprovechamiento del edificio.
A 71 años de su inauguración, en 1946, el conservatorio yace estoico entre una cambiante colonia Polanco, segundos pisos, bajopuentes, y ciclovías que disputan un pedazo de ciudad.