Las escuelas de arquitectura en Colombia aún se encuentran en proceso de definir una postura pedagógica que les identifique. La búsqueda por consolidar esta identidad no ha alcanzado un desarrollo importante en parte a la falta de investigación de la educación en arquitectura y a la naturaleza de la arquitectura como profesión, siendo esta última la que más atañe a los países latinoamericanos.
Necdet Teymur, arquitecto de la Universidad Técnica del Medio Oriente y autor de múltiples libros sobre educación en arquitectura, enfatiza en su publicación Learning from architectural education que “la arquitectura y su educación siempre han tenido el problema de no encajar en contextos disciplinarios y académicos”. Teymur separa desde la formación las conjeturas del encargo y el cliente, con las búsquedas intelectuales y el compromiso con el ideario virtual y la representación de los proyectos, obviando que muchos de los problemas arquitectónicos no pueden ser resueltos desde la arquitectura o que muchas de las narrativas clásicas y postulados modernos pueden ser complementados y ajustados a nuevos paradigmas.
Establecer una mirada crítica sobre los procesos de enseñanza en arquitectura en Colombia trae a colación la disyuntiva entre dos posturas: la primera que se desarrolla bajo un modelo disciplinar o teórico, construido virtualmente donde se refuerzan algunas partes del conjunto para ser estudiadas, y el que supone satisfacer las necesidades que derivan del mercado y la construcción física de la ciudad, donde los procesos de proyección se ven reducidos y limitados por factores ajenos a la arquitectura y que la mayoría de las veces no son discutidos en la academia.
Sobre la crisis de la modernidad en la educación
Joseph María Montaner hace alusión en La modernidad superada. Arquitectura Arte y Pensamiento del Siglo XX, a que los modelos de enseñanza basados en una aproximación teórico-disciplinar, bajo la mirada a la modernidad, consiguieron alimentar los ideales estéticos y compositivos de la arquitectura, esto junto con un riguroso entendimiento de la técnica constructiva y la responsabilidad social de la misma hasta la década de los setenta: momento en que en el mundo y la arquitectura comenzaron a vislumbrar nuevos horizontes de búsqueda intelectual y propositiva. Así se logró que los contenidos de las escuelas de arquitectura se profundizara en función de una gruesa capa social heterogénea referenciada por los ideales del nuevo milenio.
Sin embargo, la educación de la arquitectura en Colombia no experimentó grandes cambios con el paso del milenio , la pedagogía de la disciplina se concentró en mantener los ideales de la modernidad y proferir por un modelo de enseñanza conservador, que atendía levemente la investigación, la adaptabilidad a los nuevos roles de la disciplina y el desarrollo de un conocimiento más complejo, situación que muchas escuelas de arquitectura en latinoamérica experimentan en la actualidad.
La historiadora Beatriz Colomina, hace alusión a este fenómeno de pasividad pedagógica en su intervención “Radical pedagogies: action-reaction-interaction” presentada junto a Ignacio Galan, Anna-maria Meister y Federica Vannucchi en la Bienal de Venecia 2014, explicando que “las riendas de las escuelas de arquitectura en la actualidad son llevadas por académicos y profesionales de las épocas doradas de la modernidad, lo cual mantiene a las instituciones en una persecución romántica por recuperar los valores de la arquitectura del siglo pasado”. Ocultando sin atender, tal vez por su enfoque en las singularidades de las obras, la complejidad de las connotaciones urbanas en territorios cambiantes que requieren soluciones menos obvias y tendenciosas, pasando por alto requerimientos sociales, ambientales y aspectos que necesitan una mayor comprensión científica.
Por consiguiente, muchas escuelas de arquitectura han centrado sus currículos en atender el proyecto arquitectónico como la columna vertebral del programa, alejándose paradójicamente de los estudios paralelos necesarios para complementar integralmente el proyecto, adoptando sistemáticamente un modelo profesionalizado que considera la arquitectura un acto construido y material.
Sobre la arquitectura como profesión y su relación con la educación
La arquitectura se desarrolla sobre un aspecto ambiguo. Por un lado, puede ser considerada como profesión debido a que su finalidad esencial es suplir las necesidades espaciales de un cliente y a través de él, cumplir con su responsabilidad frente a la sociedad. Por otro lado, su carácter disciplinar debe su responsabilidad al conocimiento y al uso del mismo para desarrollar mayor contenido intelectual, generando un punto de inflexión en el que el modelo profesional descarta, debido a su naturaleza, el carácter investigativo y científico de la disciplina.
Teymur sugiere que la educación profesional se guía a través del modelo operativo de la práctica de la arquitectura, el cual “usa a penas el conocimiento necesario, dedicando poco tiempo a la investigación [...] y dado que no genera una necesidad relevante de investigar, es natural que tampoco exista un instinto para estudiarse a sí misma, es decir, investigar sobre la profesión o su educación”. Por ello, el entendimiento de la práctica de la arquitectura desde la academia se encuentra limitado, obviando que la experiencia sin contenido crítico resulta en actos constructivos y no en arquitectura.
Es importante reconocer que en la actualidad los currículos de las escuelas de arquitectura en Colombia se rigen principalmente alrededor de objetivos profesionales y en menor grado intelectuales. La visión de la arquitectura que se tiene desde la academia definida como la práctica de las “buenas oficinas con arquitectos creativos y clientes prósperos” discrepa con la realidad socio-económica con la que se enfrentan la mayoría de los arquitectos, aún más, cuando su campo de acción laboral se reduce a una sociedad emergente que en no puede permitirse en muchas oportunidades los costos de un arquitecto.
En resumen, las escuelas de arquitectura del país deberían llevar a cabo una revisión más detallada de los procesos de educación en arquitectura y sus implicaciones en el desarrollo de la vida profesional, con el objetivo de entender como la disciplina debe acoplarse el ámbito operativo sin perder en el proceso sus connotaciones positivistas sobre la ciudad. En segundo lugar propiciar espacios para discutir y debatir la relación entre arquitectura y comunidad y su relación desde la política, la economía y los asuntos globales.
Y por último aceptar la variabilidad de la disciplina de tal forma que pueda construirse una sociedad equitativa más allá de su aspecto físico.