Una tarde fría me hallé parado frente a aquel edificio moderno del Jr. Carabaya, a unos cuantos metros de la Casa de la Literatura, con la mirada hacia arriba, reconociendo en él las ventanas continuas, la fachada libre y el retiro oblicuo que da la sensación de tener el edificio sobre “pilotes”. Lo extraño del caso, no para mí sino para los que lean esto que escribo, es que tales referencias no me remitieron a Le Corbusier, de ninguna manera, me remitieron a alguien más contemporáneo y menos conocido, y que de seguro será postergado y hasta olvidado.
Signos de ello ya suceden ahora. Hace poco se publicó “Catálogo Arquitectura Movimiento Moderno Perú”, un esfuerzo loable por compilar y documentar las obras de ese período. Pero fue enorme mi sorpresa al no hallar ninguna mención a la obra de Edmundo Mioua, revisé el catálogo de canto a canto sin éxito. Pensé en contactar a las autoras, pues habían mencionado que el trabajo de documentación no terminaba con el libro publicado. Pero al finalizar mi carta desistí, no era mi intención entablar una polémica que resultaría estéril e innecesaria ante una publicación remarcable. El estupor, y hasta las burlas, son comprensibles, ¿cómo pretender que la obra reciente de un arquitecto encajara en un catálogo destinado a revalorizar edificios de un período pasado?
Tuve la oportunidad de discutir esto con Charlie, al principio me dijo, de manera tajante, que Mioua no es tomado en cuenta por dos motivos principales, primero porque el conjunto de sus obras son unas casas contingentes, y segundo, y más importante, por anacrónicas. Es el único arquitecto que conoce que aún sigue diseñando las viviendas bajo la sombra de “Los cinco puntos” de Le Corbusier; muy desfasado en tiempo y lugar. Pero incluso si pudiéramos ignorar eso, lo más reprochable es que todas sus obras parecen ser un intento de imitar fielmente a éste, no hay un toque personal, no hay un avance, ningún espacio, forma o motivo que no recuerde a Le Corbusier. Ha tenido mucha suerte de toparse con clientes que entraran en su juego, dijo Charlie finalizando sus argumentos. Hace dos años, por esas mismas disputas conceptuales tuvo que abandonar la cátedra del taller que dictaba. Al principio los hostigamientos fueron tímidos, una sugerencia vaga, un cambio en el tema de diseño, luego la imposición de no enseñar arquitectura bajo ideas del siglo pasado, y al final, la oferta de cambiarlo de la sección de diseño a la de historia. Le ofrecieron, precisamente, el curso de Arquitectura y Pensamiento Moderno, pero Mioua declinó la oferta argumentando que era una ilusión, y hasta un engaño, enseñar historia como se viene haciendo. Ello todavía depende de la interpretación que cada generación tenga del pasado, y así, gracias a lo transitorio, sólo terminaríamos falseando hechos, inmersos en un determinismo espantoso.1 Presentó su carta de renuncia y no se le volvió a ver por los corredores de la facultad, ni siquiera en la biblioteca, donde era habitual encontrarlo. Fueron pocos los que notaron su ausencia y menos todavía los que prestaron atención a esa disputa dialéctica.
El tema terminó de copar mi curiosidad cuando me encontré hablando con Ana acerca de la investigación que desarrollaba para titularse. Trataba de establecer una nueva clasificación de la vivienda al norte de Lima. La idea le vino cuando paseaba en bicicleta. Había ido tan al norte que ya no reconoció ninguna calle; pero sí una casa, una muy especial. No exagero cuando te digo que es una copia fiel de la Casa Curutchet de Le Corbusier, exclamó sorprendida. Me mostró las fotos que tomó y, salvo la obvia diferencia del entorno, la fachada era idéntica. Se contactó con los dueños, poder recorrerla hubiera sido de mucha ayuda, pero se mostraron reacios, no quisieron dar detalles de nada. Por lo poco que pudo ver, la semejanza no se limitaba a la fachada, se podía descubrir la rampa y el patio que articula los dos volúmenes que componen la vivienda. Lo que más le desconcertó fue hallar un árbol en ese patio, así, exactamente igual. Luego de algunas indagaciones y preguntas, todas las pistas non llevaron a descubrir el nombre de Mioua detrás. Charlie diría después de conocer el hallazgo, que el asunto de Mioua había alcanzado lo inverosímil y ridículo. ¿Qué podía inducir a un hombre a no solamente ceñirse fielmente a un estilo, sino copiar totalmente a un arquitecto hasta el punto de suplantarlo?
En los días que siguieron a ese encuentro, decidí inmiscuirme más en la investigación de Ana. Nos lanzamos a una exhaustiva pesquisa urbana, descubrimos otras casas resaltantes, aunque ninguna como aquella, ninguna copia exacta, pero sí intentos muy bien logrados de imitar el estilo, de aplicar “Los cinco puntos”. Casi podía decirse que, si obviáramos cuestiones de tiempo y de lugar, esas viviendas fueron diseñadas por el mismísimo Le Corbusier. Luego de colocarlas en un orden que fuimos descubriendo, pudimos constatar claramente la evolución arquitectónica de Mioua. La que nosotros creímos la más antigua presenta detalles vagos, hay el intento por desligar la fachada de la estructura, por generar plantas más flexibles, motivos que justifica a través de formas puras. Las demás expresan un crecimiento conceptual, la búsqueda por hallar un lenguaje, una nueva concepción del hombre. Lo que al principio parecía un mero capricho, un intento vacío por copiar, resultó ser todo lo contrario. Casi pudimos ver las horas que pasó Mioua diseñando, eliminado borradores y apuntes, uno tras otro.
Todo esto nos llevó a escribir un pequeño ensayo, el extraño caso de “El otro Le Corbusier”. El director de Diagrama lo rechazó alegando que ya habían escrito algo sobre Mioua y que la revista, aunque parecía ser el afán de éste algo noble, no tenía el menor interés de tratar esos temas, sino promover la innovación y lo verdadero en arquitectura. No terminó nunca de leer nuestro ensayo, ni siquiera llegó a saber de esa otra casa “Curutchet”, lo imagino cerrando la ventana de nuestro correo sin remordimiento alguno. Ana perdió el entusiasmo por el tema y las casas de Mioua pasaron a formar parte de una categoría más en su investigación. En vano intenté buscarlo, en su oficina recibí negativas, llegué a saber que siempre trabajó solo, nunca se oyó de algún practicante o socio.
Decidí hurgar en su pasado, fui a la biblioteca de la facultad y pedí el portafolio de cuando fue estudiante, estaba seguro de que ahí podría encontrar algún indicio. La noche me atrapó revisando los tres tomos que abarcan su producción estudiantil. Los dos primeros contienen proyectos burdos, nada especial, además de una decena de ensayos que tampoco arrojaron algo resaltante; se mantuvo siempre en los limites de un estudiante promedio. Me vi rodeado por repeticiones cansinas de frases de arquitectos famosos, acompañado de un idealismo ingenuo, monografías precarias y exámenes irrelevantes. La decepción fue enorme, casi no quise revisar el tercer tomo, apenas y lo abrí. Pero fue en éste que vi una fachada sugerente, unos planos bien dibujados, y una documentación, aunque austera, remarcable.
Es a partir del séptimo semestre que hay un cambio radical en él. Ese tercer tomo, uno modesto y corto, empieza con el proyecto de un Centro geriátrico. La memoria descriptiva, en la sección de “Concepto e intenciones”, más que memoria parece la confesión de una duda recién nacida. Es ahí donde se puede notar su fijación al tratar de entender la temporalidad en la arquitectura. La asociación es la siguiente: el proyecto del Centro gériatrico le había llevado a pensar en el tiempo, la imagen de unos ancianos en la última etapa de sus vidas; el tiempo como una linea, con un principio y un final en el que estamos inmersos, no sólo los seres vivos, incluso, y sobre todo, la arquitectura. Ese carácter de caducidad que imprime en los edificios la idea de estar inmersos en él. Que un edificio de “su tiempo” mañana sólo sea una referencia en un catálogo, una mera mención ya sin justificación ni utilidad, le había dejado la imagen de una ciudad incompleta, infame. No le pareció justo, caminar a través de sus calles y tener la sensación de que había algo que envejecía con ella, algo evanescente en sus fachadas cubiertas de polvo y olvido. Citó a Schopenhauer en un análisis sobre Kant, de alguna manera esto aplacó esa angustia, lo encaminó: “Todo lo que una vez existió, real y verdaderamente tiene que seguir existiendo”. Antes de Kant, dice Schopenhauer, estábamos inmersos en el tiempo, sujetos a sus efectos, a la idea de su discurrir y a su determinismo. Después de él, el tiempo es sólo algo ideal en nuestro interior; simple percepción entre lo verdadero y nosotros. De esa manera, la idea de un edificio “de su tiempo” es solo una falacia insostenible, una condena de muerte para la ciudad.
Luego de esa visita a la biblioteca seguí el rastro al pensamiento de Mioua, llegué a entrever el camino que recorrió, entendí que su casa “Curutchet” fue el logro máximo de su incomprendido propósito, pues nunca tuvo la intención de copiar vilmente a Le Corbusier. Su camino había empezado ahí, en la biblioteca de esa facultad, desde que fuera todavía un estudiante y así seguiría a través de los años, las calles y las casas. Esto lo terminé de entender una tarde mientras hablaba con Ana. Ella vio que esa idea del transcurrir del tiempo sólo había generado una ciudad que a cada instante se mantenía en una tensión destructiva, en la disyuntiva eterna entre hacer tabula rasa o un respeto ingenuo al entorno y al pasado. Un siglo de implantaciones, mutilaciones y cambios circunstanciales lo confirmaban. Frente a este panorama Mioua encarnó, en la travesía de su propia experiencia, la idea planteada por Colin Rowe en “Ciudad Collage”, esa visión mágica de la ciudad en donde se propone la “dialectica” entre la dualidad ya mencionada, entre los llenos y vacíos, entre lo planeado y lo azaroso, entre el pasado y el futuro. Erigir la ciudad bajo el metodo del collage, en el cual los retazos resaltantes de un urbanismo pasado, de edificos anteriores, dejan ser “pasado” para asimilarse a la ciudad actual. Un traslape de distintas épocas que termina por configurar fielmente la realidad, una múltiple, alejada de ese tiempo que nos devora y trasciende injustamente. Bajo esa visión, caminar por las calles y toparse con las casas de Mioua, o con cualquier otro proyecto anterior, dejaba de ser un ejercicio vano de anacronía, para convertirse en un acto liberador del yugo del tiempo. Ahora soy yo el que cita Schopenhauer:
“Todo lo que una vez existió,
real y verdaderamente tiene que seguir existiendo”.
Pero, ¿por qué Le Corbusier, por qué la arquitectura moderna?, pregunta Charlie después de oírme, ¿no hubiera sido más plausible, bajo esa visión del collage, que su arquitectura fuera un paso adelante de ésta? ¿Por qué correr el riesgo de ser confundido con los que todavía creen que dicho movimiento es lo único que puede salvar al mundo y al hombre?, ¿no es irónico acaso saber que la “Ciudad collage” nace precisamente como una critica certera a la monotonía y falta de identidad que la modernidad había impreso en la ciudad?2 Ana soltó la última bocanada de humo, tiró la colilla del cigarro y se apresuró a citar el pequeño artículo aparecido en el blog “Habitar”, en donde se habla de una Arquitectura moderna sin Movimiento Moderno en el Perú. A diferencia de Europa, en donde con siglos de antelación se fueron concatenando los hechos que hicieron posible la aparición de ésta, como final a una serie de cambios en la sociedad, en el Perú esto nunca sucedió. Mientras nos debatíamos en una “promiscuidad estética y una desorientación académica”, como dice el artículo, la modernidad llegó de súbito, gracias a la publicación de “Espacio en el tiempo” y a lo hecho por la agrupación Espacio. ¿Por qué entonces la Arquitectura Moderna?, vuelve a preguntar Charlie. Y esta vez soy yo el que responde.
Mioua había comprendido, sin opacar la figura de Le Corbusier, que la aparición de éste fue, gracias a una serie de hechos, algo muy determinista. Pero que un hombre como él, perteneciente a una sociedad como la nuestra, llegara a tales concepciones, sin ninguna “iluminación” previa, resultaba mucho más remarcable. Charlie vio en esto último una critica injusta, además de un paralelismo con la figura de Luís Miró Quesada. La soberbia de Mioua, dice, no le permite ver que la publicación de su libro, “Espacio en el tiempo”, viene a instaurar el tránsito de lo tradicional a lo vanguardista, y no la imposición de ideas venidas de otro lado, que no responden al desarrollo de nuestra realidad. Su propia aventura parece ser una reivindicación de ello. Que un hombre, no solamente un arquitecto, un hombre cualquiera, en cualquier época, a través de sus propias experiencias, pueda llegar a vislumbrar los ideales de la Modernidad, o cualquier otra teoría, ya es mucho, es un gran paso en una sociedad apegada al “ornamento”, a lo “tangible”, poco acostumbrada al pensamiento y la reflexión. Ana no tardó en terminar de dar forma al tema con dos apreciaciones, la primera es que la elección de la figura de Le Corbusier y la Arquitectura Moderna no sólo respondían a lo ya dicho, además de que sólo a través de ésta evitaba caer en la redundancia. Que su casa “Curutchet” sea idéntica a la de Le Corbusier no incurre en ninguna repetición grosera; es el “estilo internacional”, diría Charlie con ironía. La segunda apreciación es obvia, Ana habló del paralelismo existente, aunque desconoce si Mioua lo había pensado así, entre él y la figura de Pierre Menard. ¿Habrá sabido alguna vez Mioua del “Quijote” de Menard? En todo caso, y con cierta benevolencia, me viene a la mente lo que le dijera Luder a Ribeyro cuando éste le comentó la posible publicación de sus locuciones:
“Los conceptos pertenecen al dominio público.
Sólo las formas son privadas”.
Los días que siguieron fueron extraños, no había momento en el que no pensara en el accionar de Mioua, había algo de lúdico y hasta de cómico en ello. Me abordaron imágenes, intermitentes, el desdén de Charlie, las referencias de Ana, las palabras de Mioua, todos esos episodios llevándome directamente a ese instante en el que tuve la oportunidad de confrontarlo. Lo vi sentado en una de las bancas de la facultad. Me acerqué, lo confieso ahora, como si buscara las palabras de un padre, me sentí torpe al hacerlo. Quería saber sus motivaciones, no solamente las intelectuales, también las personales, saber qué tipo de arquitecto decidió ser, en qué momento y qué circunstancias lo llevaron a elegir ese camino. No era mi intención imitarlo, sino aprender a jugar ese juego suyo. Yo acababa de terminar la carrera y tenía el panorama de la vida por delante, una vida a la que no quería renunciar convirtiéndome en un viejo de enciclopedia. Me fui acercando a él con esa idea fija, parecía muy inteligente, pero a la vez se veía torpe, hasta tonto, y nunca tuvo miedo de ocultarlo. Esa verdadera humanidad fue lo que me inspiró empatía y me dio el valor para acercarme. Me vio y apenas pude balbucear unas palabras. Sus casas, le dije, estoy aquí por sus casas. Esas no son mis casas, dijo con la mirada perdida y una leve sonrisa, los conceptos son de dominio público, sólo las formas son privadas. Solté una carcajada y la conversación fluyó.
Descubrí que habíamos acertado con gran parte de su travesía, agregó algunos episodios en los que se sintió perdido, habló de otros en los que se deshizo de tantos planos y dibujos, me fue contando su historia como si de un cuento se tratase. Mioua se sintió sorprendido con el interés que mostré, en ocasiones hasta un poco avergonzado, en especial cuando le mencioné lo de sus tomos estudiantiles. Suspiró y dijo, todos deberíamos tener el derecho de perder ciertos episodios. Iba a completar sus palabras con una frase que recordé, algo que creí memorable para ese momento, pero fuimos interrumpidos por una mujer. Mucho más joven que Mioua, apareció de súbito. Edmundo, le dijo, tenemos que irnos, algo ha sucedido. La faz de Mioua cambió bruscamente, se levantó, me deseó suerte, se despidió y se alejó. Recuerdo su figura delgada caminando por el hall de la facultad, es la última imagen que guardo de él. Tiempo después llegó a mí la noticia de su muerte. Me afectó, lo confieso, pero no fui al cementerio, no había razón. Pararme frente a esa lápida hubiera sido la negación completa de su aventura. El sigue en algún rincón de su estudio, batallando por dar un paso adelante en su idea de ciudad y de arquitectura. Han llegado a mí los rumores de un joven Mioua finalista de un concurso. He seguido con asombro el espectáculo de todavía toparme con otras casas suyas. Su obra reciente ha incursionado en los proyectos comerciales, además de un pequeño museo. Definitivamente, mi sombra sobre esa lápida hubiera sido un absurdo. La tarde es fría, me pongo el abrigo y salgo a caminar por la ciudad.
Notas
1 La postura de Mioua respecto a la historia recuerda un poco la actitud que tuvieron los griegos frente a ésta. Peter Collins en su genial “Ideales de la Arquitectura Moderna”, menciona que el estudio de la historia no fue siempre inherente al hombre, los griegos no se interesaron por está al considerarla cambiante, transitoria. “Aristóteles, por ejemplo, consideraba que la poesía era más científica que la historia, pues la historia no era para él sino una mera colección de hechos empíricos, mientras que la poesía extraía de estos hechos un juicio universal”.
2 Conocida su postura respecto a la ciudad y la historia, es un error pensar que su aventura solo se limitó a vislumbrar la Modernidad. En el texto que reemplaza la dedicatoria de su proyecto de grado se lee explícitamente: “Para matar al tiempo basta con un hombre que sea todos los hombres”. Un hombre que a través de su propia experiencia pueda recrear no sólo a Le Corbusier, sino también a Palladio, los órdenes clásicos, la arquitectura que está por venir, la que nunca fue, todo. Me pregunto de qué otras maneras hubiera incurrido Mioua en esas otras vertientes.
Referencias
- Acevedo Alejandra / Llona Michelle - (2016) - Catálogo Arquitectura Movimiento Moderno Perú
- Peter Collins – (1998) - Ideales de la Arquitectura Moderna: su evolución.
- Coling Rowe – (1998) – Ciudad Collage
- Arthur Schopenhauer – (1984) - Fragmentos sobre la historia de la filosofía – Paragrafo 13
- Julio Ramón Ribeyro – (1992)- Dichos de Luder.
- Jorge Luis Borges –Pierre Menard, autor del Quijote.
- Gistavo A. Azpiazu –Los cinco puntos de Le Corbusier reconsiderados.
- Archidaily – Clasicos de Arquitectura: Casa Curutchet/ Le Corbusier.
- Aldo Facho Dede, para el Blog “Habitar” – Arquitectura Moderna sin movimiento Moderno, el caso del Perú.
- Klaus Schulze – (2000) – Timewind - CD2 – “Echoes of Time” 38:42