El pasado 15 de febrero se inauguró en el Museo ICO de Madrid la exposición ‘Joaquín Vaquero Palacios. La belleza de lo descomunal. Asturias, 1954-1980’, comisariada por Joaquín Vaquero Ibáñez y organizada por la Fundación ICO, con el patrocinio de la Fundación EDP.
Joaquín Vaquero Palacios (Oviedo, 1900—Madrid, 1998) fue arquitecto, pintor y escultor. Estudió en la Escuela de Arquitectura de Madrid (1921-1927) donde tuvo la oportunidad de conocer, a través de sus maestros, la arquitectura del movimiento moderno. De esta manera, pudo ser testigo de cómo la arquitectura industrial constituía una rica fuente de inspiración para arquitectos como Walter Gropius o Le Corbusier y establecía un prometedor ámbito de actuación para la aplicación de los principios y conceptos racionalistas.
Sus profesores en la Escuela fueron los primeros en alentarle hacia la ruptura de los límites tradicionalmente establecidos entre los géneros creativos y a encaminarse en el sendero de la fusión de las artes. Dando continuidad a su formación en Nueva York, Vaquero tomó contacto con los arquitectos de los rascacielos Art Déco. En 1928 se casó en San Salvador (El Salvador) con Rosa Turcios, sobrina de Rubén Darío, lo que conducirá su vida por toda América y hará que incorpore temas exóticos a sus pinturas.
En la década de los cuarenta, Vaquero se inclina hacia un personal historicismo, acometiendo proyectos como el del Mercado de Santiago de Compostela (1938-1942) y la Casa Baladrón en Puente Maceira, La Coruña (1940-1942). Primero como Subdirector y luego como Director de la Academia Española, en 1950 se traslada a Roma, donde reside hasta 1965. Proyecta en este periodo obras como el Pabellón de España en la Bienal de Venecia (1952) y un diseño para el concurso de la Catedral de El Salvador (1953), en colaboración en este último con Luis Moya.
Sin embargo, las cinco centrales hidroeléctricas que se muestran en la exposición que recibe el Museo ICO son las que supusieron para el arquitecto cántabro un campo abierto a la innovación y a la experimentación formal, estructural y estética. Estas obras surgidas como fruto de treinta años de colaboración con la empresa Hidroeléctrica del Cantábrico fueron la oportunidad de conseguir alcanzar la anhelada alianza de las artes donde, pintura, escultura y arquitectura quedaban integradas globalmente a la perfección.
En este sentido, Joaquín Vaquero Palacios defendió la integración de la arquitectura, la pintura y la escultura como una parte fundamental de la disciplina de la construcción y no como meros complementos estéticos y decorativos. Una cita del propio arquitecto, presente en la muestra del Museo ICO, define esta relación:
Desde que el hombre puso sus pies sobre la tierra y hubo de guarecerse al cobijo de algo, la integración ha tenido lugar. […] La arquitectura para vivir, la arquitectura para los muertos, para los cultos religiosos, ya integraron desde siempre la pintura y la escultura. El fenómeno continúa sin detenerse, ha venido la industria y hoy la integración es una absoluta necesidad
Por lo tanto, no es sorprendente comprobar como la central hidroeléctrica de Salime (1945-1955) es una demostración ejemplar de esta fusión e integración de las artes, convirtiéndose en uno de los mejores ejemplos de arquitectura industrial española adscrita al Movimiento Moderno. Además, la Central ha sido incluida en el Plan Nacional de Patrimonio Industrial con el objetivo de tomar las medidas necesarias para su protección, conservación y activación y así contribuir a su apreciación social para poder transmitir sus valores y su importancia histórica.
El Salto de Salime constituye una obra titánica: en los trabajos de integración realizados por Vaquero uno de los principales problemas a los que tuvo que hacer frente fue el de la escala, la propia monumentalidad del elemento industrial sobre el que había que actuar. Joaquín Vaquero responde con piezas de tamaño considerable a las dimensiones de la obra.
En la pared aguas arriba se sitúa un gran mural figurativo proyectado por Vaquero Palacios y su hijo, Joaquín Vaquero Turcios, quien también ejecutó la obra. Su diseño exigió la visión directa y el conocimiento del lugar por parte de los Vaquero y de la marcha de los trabajos de construcción. El resultado es un impresionante friso narrativo, a gran escala, que exige una lectura continua con el fin de entender el sentido global de la obra, en la que se representa la laboriosa experiencia constructiva de la central.
Además de la central hidroeléctrica de Salime, la exposición permite descubrir la obra artística realizada por Vaquero Palacios en otras cuatro centrales hidroeléctricas: Miranda (1956-62), Proaza (1964-68), Aboño (1969-1980) y Tanes (1980).
De la central de Miranda destaca el uso que el arquitecto hace de la luz artificial (incluyendo ingeniosas ventanas artificiales) y los colores para conseguir minimizar la sensación de soterramiento y así humanizar y dignificar el espacio de trabajo. En Proaza, la fuerza y potencia de su fachada facetada además de conseguir una magnífica integración paisajística hace de esta central hidroeléctrica un ejemplo único de arquitectura brutalista de España. Al igual que hiciera en Salime, Vaquero Palacios diseñó las pinturas murales, los relieves escultóricos, el mobiliario y las vidrieras, consiguiendo de nuevo integrar todas las artes bajo el amparo de la arquitectura.
En el exclusivo catálogo publicado con motivo de la exposición, Rafael Moneo escribe:
Joaquín Vaquero Palacios ha pasado a ser para mí un artista enigmático que, más allá de ser inevitable hijo de su tiempo, escapa cualquier posible y clara clasificación, al resistirse a ser encerrado en los límites que siempre imponen las escuelas [...]. En estas centrales eléctricas asturianas que en esta exposición se presentan, Joaquín Vaquero acepta el reto de integrar en ellas, dada su dimensión, todas las artes plásticas, obligándole la citada dimensión a medirse con la naturaleza al convertirse inmediatamente en paisaje, a un tiempo que explorar la nueva iconografía que traía consigo la técnica
Juan Navarro Baldeweg, también arquitecto y artista, afirma en otro texto del catálogo:
Su forma de integrar las artes no consistió en deducir unos elementos menudos como las plantas de De Stijl; es más cercana a la de Le Corbusier, haciendo uso de las artes en su naturaleza específica
A través de maquetas, planos 90 fotografías de Luis Asín y un trabajo audiovisual de Juan Vaquero exclusivo para esta muestra, "Joaquín Vaquero Palacios. La belleza..." es una oportunidad única y necesaria para descubrir a un arquitecto que consiguió transformar su trabajo y pensamiento en obras de artes totales prácticamente desconocidas y de un gran valor patrimonial contemporáneo.
Sus murales, esculturas, mobiliario, diseño industrial –en solitario o con la colaboración de su hijo– y, en algunos casos, incluso la arquitectura, convierten a Vaquero Palacios en un hombre renacentista que fue capaz de transformar las enormes estructuras de estas centrales eléctricas en auténticas catedrales industriales del siglo XX.
Agradecimientos a Museo ICO.
Título: Joaquín Vaquero Palacios. La belleza de lo descomunal. Asturias, 1954-1980
Comisarios: Joaquín Vaquero Ibáñez
Lugar: Museo ICO, C/ Zorrilla, 3, 28014, Madrid
Valor: Entrada gratuita.
Fecha: del 15 de febrero al 6 de mayo de 2018.
Horario: martes a sábado, de 11 a 20 h.; domingo y festivos, de 10 a 14 h; cerrado: los lunes