Hong Kong es conocido por sus rascacielos, su densidad urbana y su altísimo costo de vida. Sin embargo, en el documental de Nico van Orshoven, Everywhere in Particular, el arquitecto belga crea un retrato visual del territorio más allá de los estereotipos. Según van Orshoven, sus paisajes naturales y sus espacios públicos pueden sorprenderte.
A continuación, van Orshoven narra su visita a Hong Kong:
Hong Kong no es la típica ciudad. No se siente europea con sus rascacielos infinitos y sus avenidas pobladas de palmeras. No hay signos de una secuela turbulenta y postcolonial como sí ocurre en muchas ciudades africanas, donde a menudo los experimentos políticos derivan en una falta de mantención e inversión en proyectos residenciales e infraestructura a escala urbana. Las viviendas son definitivamente muy pequeñas como para ser estadounidenses o australianas. Sin embargo, tampoco parece ser muy asiática: mucho gente habla un excelente inglés y por sus calles limpias y bien señalizadas rugen Mercedes Benz y Tesla. Es como un caldo de cultivo, una cultura híbrida entre Oriente y Occidente.
Un cierto pragmatismo guía el desarrollo en Hong Kong, cultivado por la combinación entre la creciente población y el escaso suelo disponible. No hay tiempo ni espacio para ideologías arquitectónicas: solo el 20% de todo el territorio está disponible para desarrollo urbano, debido a las montañas que la rodean y hoy en día gran parte de esa zona ya está construida. La única forma de acomodar a la población es construir más alto, agregando una nueva capa de infraestructura a cada pequeño vacío que quede y subdividiendo nuevamente lo que ya existe. Se trata de agregar cosas a una arquitectura que ya es abrumadora, hiperactiva y despiadada. En ese sentido, Hong Kong es una de los asentamientos urbanos más densos del planeta y es difícil imaginar que siga creciendo.
Para el turista común y corriente como yo, Hong Kong es una ciudad extremadamente agradable: la infraestructura y el transporte público son confortables y eficientes. Todo está a fácil acceso. Los hoteles de cinco estrellas se enfrentan a la costa, mientras aquellos turistas con presupuestos más acotados pueden encontrar fácilmente un lugar para permanecer un par de noches en la ciudad. También hay senderismo en laderas cubiertas de jungla y surfeo en playas acogedoras de fácil acceso para aquellos que quieran escapar del bullicio de la ciudad. El escenario gastronómico es increíble, caminar por sus ajetreadas calles es muy seguro y confundirse por algún error de traducción es virtualmente imposible. En general, para los turistas, Hong Kong parece ser la definición de una ciudad bien diseñada.
Sin embargo, los residentes locales se enfrentan a otra realidad: la historia de éxito de Hong Kong en el escenario mundial impulsa la inversión extranjera, atrae a más migrantes a la ciudad y entusiasma a un creciente grupo de millonarios chinos a comprar propiedades con fines especulativos. Mientras tanto, los hongkoneses están pagando los costos: la población crece mientras la cantidad de suelo disponible se agota, mientras el precio de las propiedades se ha disparado a un alarmante ritmo durante los últimos diez años. Este es el punto donde la arquitectura y la planificación urbana alcanzan el límite de la relevancia social y donde el gobierno tiene que tomar acciones para evitar un drama social.
El mercado más libre del mundo se puede haber beneficiado de la prosperidad de la ciudad, pero en cierto punto también ha comenzado a afectar a sus residentes más pobres. Según ciertas estimaciones, más de 200.000 personas viven en coffin homes (casas ataúdes), como se denominan a los micro departamentos donde se puede arrendar un espacio inferior a dos metros cuadrados por un valor mensual que comienza en 1.800HK (USD 230).
La ciudad está utilizando ideas anticuadas para hacer frente a una nueva realidad urbana: del 20% del territorio de Hong Kong que está disponible para uso urbano, aquel destinado a transporte e infraestructura llega al 4%, mientras las zonas residenciales alcanzan el 3%. En comparación, solo el 7% de los residentes hongkoneses posee un automóvil.
Tener el mercado inmobiliario menos accesible del mundo por ocho años consecutivos amenaza la posición de Hong Kong como la segunda ciudad más sustentable de Asia. El indicador de ciudades sustentables —que suele asignar una alta ponderación a la densidad y el sistema de transporte público— también evalúa la calidad de vida.
El caso de Hong Kong demuestra que vivir en ciudades altamente densificadas y bien dotadas de infraestructura no es suficiente para disminuir nuestra huella ecológica y la presión que ejercemos en nuestro planeta. No solo debemos vivir en menos espacio, sino también de manera más inteligente, y nuestras ciudades deben ser más resilientes y más eficientes ambientalmente.
Ahora son necesarios cambios radicales para la forma en que planificamos y diseñamos nuestras ciudades, pero sin perder de vista para quienes estamos diseñando.