- Área: 900 m²
- Año: 2018
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Fotografías:Luc Boegly
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Proveedores: Wienerberger
Descripción enviada por el equipo del proyecto. La nueva Escuela de Música de Elancourt ha establecido su residencia en el antiguo centro ecuménico del barrio de Sept Mares, uno de los puntos centrales en donde se fundó la nueva ciudad de Saint-Quentin en Yvelines. El edificio fue originalmente una casa de adoración, una construcción simple y sin ornamentos debido a la paz y tranquilidad requeridas por su función. Philippe Deslandes la construyó entre 1974 y 1977, con el deseo de encarnar las cualidades de simplicidad, modularidad y anonimato.
Concreto y ladrillo son los materiales presentes en la escuela. La posición central y abierta del edificio facilita la ubicación visual en el vecindario, lo que facilitó su adaptación a la nueva vocación de la escuela de música, sirviendo como punto focal de la vida cultural y como un lugar de encuentro cálido y acogedor.
El uso del ladrillo en el proyecto de rehabilitación hizo posible conservar el principio arquitectónico original del edificio y su carácter privado.
Los arquitectos optaron por revestir completamente las fachadas con ladrillos nuevos, tratando a las paredes como "mashrabiya" (celosías árabes) frente a las ventanas, compensando la complejidad de los volúmenes a través de la unidad material completa de la envoltura. Los ladrillos moldeados a mano se ubican con una técnica en donde no se ocupa mortero. Matices de color dan vida y modulan esta piel continua.
Al anochecer, el brillante sistema de iluminación interior expresa la suavidad y la serenidad de esta institución de aprendizaje y práctica. La quinta fachada, visible solo para las casas más altas que la rodean, está cubierta de un césped sintético de color azul profundo, evocando la nota del blues, lo que le da identidad inmediatamente a la instalación y forma un parche de color en el centro de la explanada.
Los pozos de luz inundan el interior con una suave luz natural, equilibrando la luz que penetra a través de las mashrabiyas y dotando a cada habitación con una mayor sensación de privacidad. Los arquitectos buscaron, a través del tratamiento armonioso, luminoso y atractivo de los espacios interiores, transformar la apariencia austera del edificio en algo más atractivo para un público más joven. Lograron esto enfocándose en la fluidez de las circulaciones, la calidad de los volúmenes, la luz y los materiales, convirtiendo así el edificio en un espacio armonioso de placer y satisfacción.
La moderación y la interioridad caracterizan este proyecto de reutilización, que no busca sobresalir, sino más bien restaurar su lugar en el centro del pueblo, dotarlo de una dignidad mayor y duradera y encender el deseo y la curiosidad, alentando a la gente a entrar.