José Luis Fernández del Amo (1914-1995) se inscribe en el panorama de la arquitectura española de posguerra, acompañado de proyectos y obras distanciados del aura académica. Sus trabajos circulan como mensajes clandestinos que descubren caminos, insinúan verdades, apoyan voluntades y desaparecen entre una multitud poblada de diversos intereses. En su persona, como en muchos de los hombres de su generación, se da la circunstancia de tener que iniciar su biografía profesional atrapado entre los conflictos de una decepción y un cambio de actitud espiritual ante la vida. Decepción ante la lacerante crueldad de una guerra civil que provoca, entre aquellos que la sufren, un cambio interno frente al drama que estos conflictos desarrollan.
Fernández del Amo inicia, en la década de los años cuarenta, su andadura como arquitecto; ligado desde un primer momento a una practica activa de la arquitectura y vinculado a las vanguardias artísticas que no dejaron de alimentar su “tentación progresista”. Su arquitectura se abría paso a través de gestos renovadores; encuadrados y enfocados en traducir las corrientes formalizadoras del ideario popular español en los nueve códigos del movimiento moderno, escapando de la aplacadora mirada del regio neoclasicismo imperial. Sus dos vertientes más significativas —tanto los trazados y arquitecturas de los nuevos poblados rurales, como la espacialidad de su arquitectura religiosa— ejemplifican la realidad de su modo de hacer: la racionalidad de su contenido espacial, el repertorio orgánico en el discurrir de sus plantas, la superación moral del espacio interior y exterior, la adecuación al medio natural, la funcionalidad de los materiales o la libertad de la forma.
En su biografía puede considerarse como vital el momento en que, durante sus dos años de estancia en Granada, se dispone a trabajar dentro de las Regiones Devastadas. Allí conoce y entabla amistad con algunos artistas granadinos: los pintores José Guerrero, Manuel Rivera, Antonio Valdivieso y el escultor Eduardo Carretero. Se inicia así un gusto ecléctico por diversas ocupaciones culturales, sin posicionarse en ningún extremo; de la arquitectura a la filosofía, de la pintura a la didáctica arquitectónica, de la música a la literatura, de la edición de libros a la organización de exposiciones. Hay todo un antes y un después en la vida de Fernández del Amo en sus relaciones con las artes plásticas.
El acontecimiento artístico del año 1952 en España fue, sin duda alguna, la fundación del Museo Nacional de Arte Contemporáneo. Tras ser nombrado como director del mismo, Fernández del Amo consigue constatarse de una de las verdades más ciertas del arte de nuestro tiempo: su sentido comunicante, su conexión artística con el público. Conocedor de la dificultad de que las vanguardias artísticas, vislumbradas en el exterior, atravesasen las fronteras españolas, tomó la decisión personal de abrir las puertas del nuevo museo a este vanguardismo, liberado de prejuicios o reticencias convencionalistas. Su profesionalidad museal declarada se pone de relieve con la elección de las obras que “heredó” del Museo de Arte Moderno, además de todas las adquiridas en el tiempo que funcionó como director.
De todas sus labores realizadas, desde 1952 hasta su abandono en 1958, destaca la exposición de arte abstracto realizada durante el curso de Arte Abstracto de Santander. Embebidos dentro de una sequía cultural, y cuando por “vanguardia” se ilustraban únicamente algunos grupúsculos minoritarios, una exposición de arte abstracto era no sólo un hecho revolucionario, sino directamente escandaloso. Del Amo, asesorado por el crítico francés Michel Tapié, invitó a artistas de la talla de Appel, Burri, Mathieu, Riopelle, Fautier, Pollock o Tapiés. Esta sensibilidad para con el arte le dotó de una nueva mirada, capaz de percibir una belleza casi artística en los más insospechados objetos: una piedra vulgar, la mugre de una pared, el asfalto de una pista, etc.
Dentro del ámbito arquitectónico, su atención por la arquitectura religiosa —iglesias de sus poblados rurales, la Ciudad Universitaria o el Complejo Parroquial de Nuestra Señora de la Luz— constituye una de sus aportaciones mas significativas a la nueva constructiva eclesiástica española. Del mismo modo, sus proyectos de urbanización rural son, como bien es conocido, múltiples. Son estos, igualmente, los que dotan de una personalidad casi autoritaria a la arquitectura de Fernández del Amo.
“Me pongo ante el tablero, en blanco, y empiezo a maquinar en mi pensamiento qué está en mis manos; y a través de lo que proyecte, que tenga o no sentido para la familia o para la comunidad a que se destine mi arquitectura, me siento asustado como un principiante […] Creo que la divulgación de la arquitectura y sus cosas, o sea, enseñar a ver el suceso arquitectónico y entenderlo, es una de las mayores exigencias de nuestra cultura. Como enseñar a ver a ciudad” - Fernández del Amo, José Luis
No es “lo popular” el pensamiento que gobierna la arquitectura de José Luis Fernández del Amo, sino una intención puramente racionalista; la poderosa pujanza del saber de la geometría de las arquitecturas mediterráneas, junto con la elegante claridad y sencillez del cubismo, la vitalidad de lo orgánico y la sabiduría de la experiencia tradicional. La razón fundamental que puede asentar el acierto de la arquitectura de Fernández del Amo no es sino el concebirla como una defensa del exterior, como el propio medio en que la arquitectura nace y medra en el tiempo; sin mimetismos, sin exotismos y, ante todo, sin la pesada carga de tener que ser innovadora a todo trance.
“Nuestra mejor tradición es la de una arquitectura de volúmenes y espacios. Una arquitectura de intimidad acertadamente funcional. Ignoro desde qué fecha se ha perdido este saber hacer […] Tendríamos que preguntarnos qué cosa es esa de la tradición y para lo que sirve” - Fernández del Amo, José Luis
El “exterior” de la arquitectura no es para Fernández del Amo su piel, sino el medio por el cual la misma consigue activarse; en otras palabras, su geografía urbana. El urbanismo es así para el arquitecto condición de tal autoridad, constituyendo la premisa fundamental de su arquitectura. La urbanización de “sus” pueblos —Vegaviana, El Realengo, Villalba Calatrava, San Isidro de Albatera, Cañada de Agra, Miraelrío, Puebla del Vicar, Campohermoso, La Vereda, Las Marinas…— ha querido conceder a las viviendas el entorno más agradable, correspondido con el entorno de mayor eficiencia funcional. La obra de estos poblados le planteó la cuestión de que la arquitectura había de ser concebida necesariamente “dentro” y “fuera”, como un conjunto armónico, en el que la intimidad y la exterioridad de la arquitectura y el urbanismo habrán de asistirse mutuamente.
Vegaviana nos adentra en el corpus arquitectónico de Fernández del Amo. Nos encontramos ante uno de los momentos más esplendentes de su inventiva arquitectónica. El proyecto del poblado de Vegaviana fue realizado por el Instituto Nacional de Colonización; en total, 340 viviendas para colonos y unos 600 obreros agrícolas, aparte de los edificios públicos consiguientes. Un pueblo situado en el nacimiento a lomos de los encinares de la Alta Extremadura, con olor a tomillo, decorado de cantuesos y retamas. Un pueblo impuesto en la geografía extremeña a espaldas de la razón; de forma tal como muchos pueblos se inventan, siendo la razón de su existencia no más que la virtuosa igualación que hacen aquí hombre-arquitectura-paisaje.
Un pueblo nacido para el hombre al cual se talló; se tomó la medida de su cuerpo antes de proyectar la primera línea de su arquitectura, del cual se calculó, antes de cosa alguna, la energía de su corazón, la capacidad de sus pulmones, la vitalidad o flaqueza de sus nervios… todo ello con el único fin en mente de crear una arquitectura afín a sus posibilidades físicas y psíquicas acogedoras de su vivir y convivir. Así fue su trazado, respetuoso con la naturaleza, orientando la nueva arquitectura hacia estas zonas naturales. Todo el pueblo mira así hacia su interior, volviendo la espalda a las vías que lo circundan, limitando su capacidad de circulación a la relación entre las dependencias agrícolas, cuadras, corrales y demás. La comunicación entre los vecinos sí que se disponía por medio de veredas entrelazadas a través de las zonas verdes a las que dan, como se mencionaba, las fachadas de las propias viviendas y los edificios públicos.
“Sólo hay un arquitectura: la que sirve al hombre. Pero tenemos el deber, la responsabilidad de hacer que ese hombre quiera vivir mejor. Desde fuera y por dentro: desde el urbanismo a la interioridad. Hacerle grato el estar en casa y el salir de ella. Quitar fronteras, chafar orgullos, reducir diferencias: que todo lo que sea recinto de convivencia sea, del mismo modo, el ámbito de su paz” - Fernández del Amo, José Luis
Aquí está el hombre: arquitecto, profesor, mentor, animador, propulsor del nuevo arte… Como arquitecto y como director del museo; como hombre de pelea y como hombre de fe; Fernández del Amo señaló un modo de conducta; nos descubrió la magnificencia de su imagen. Su persona reproduce la figura de un arquitecto siempre convencido de que el espacio no traduce con plenitud los contenidos vitales de sus moradores; que la forma de la arquitectura se manifiesta en fragmentos de los significados que alberga o se le otorgan. Parece presentir que la relación entre el contenido, la forma y la función, no son sino múltiples, cuando no heterogéneos, y que la razón fundamental de la arquitectura reside en otro tipo de circunstancias imaginarias.