La siguiente historia transcurre durante la vigesimoséptima edición del Encuentro Latinoamericano de Estudiantes de Arquitectura en Ciudad del Este, Paraguay, donde cerca de 800 estudiantes de Latinoamérica asistieron a un escenario de participación colectiva, integración y aprendizaje. Entre diversas actividades, se encontraba la construcción de dos estructuras de madera en dos locaciones particulares: el "Pabellón del Lago" en el patio de fondo de la escuela Virgen de Fátima -separada de una escuela privada por un arroyo contaminado- y "La Nube", en una plaza pública sin mantenimiento en el Barrio Don Bosco hacia la periferia de la ciudad.
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Un grupo de niños se acerca. "¿acá voy a poder jugar?" nos preguntan mientras observan el inicio de la construcción del Pabellón del Lago a cargo de las talleristas Vanessa López y Francisca Vargas. Este iba a tener lugar en un principio en el Lago de la República (de ahí el nombre original) pero rápidamente cambió a esta escuela; otros talleres del evento habían detectado que aquí se necesitaba muchos trabajos.
Desde mi punto de vista, esa pregunta infantil ya colocaba en la mesa palabras claves de la arquitectura: "responsabilidad" y "expectativa". Estas teniendo en estos lugares, un factor crucial: se trataba de un patio dejado de lado por la escuela, con escombros de una reciente demolición y un límite definido por un arroyo contaminado, donde del otro lado un colegio privado tenía su cancha deportiva, permitiendo ver a varios chicos corriendo y jugando. Este patio era el lugar de encuentro entre dos realidades.
Ya en el inicio, el desafío planteaba la temática del encuentro latinoamericano: "Proyectando una cultura sustentable". ¿De dónde obtener los recursos materiales para construir? ¿Qué se puede hacer, con lo poco que se tiene? Esto resulta en la necesidad de ser extremadamente creativo cada un par de minutos, y para esto hay que estar preparado con anteriores experiencias prácticas. Además, más que nada, ser flexible y saber adaptarse a los problemas que van apareciendo en el camino - especialmente cuando sólo se tuvieron poco menos de dos días para trabajar en el sitio.
El calor es abrasador y la expectativa vuelve a crecer, una maestra se acerca con preguntas de esperanza: "¿Van a volver? ¿Harán esto en otras escuelas? Sería muy bueno".
Imprevistos externos comenzaron a aparecer. Una tormenta muy intensa de pocos minutos detuvo la actividad. A la vuelta, con el suelo cubierto de lodo, los chicos pequeños de la escuela ya se habían sumado con palas en las manos para ayudar a terminar de emparejar el terreno. Manos a la obra. Esto se termina, o se termina.
Comienza a caer la noche, el ritmo se duplica, y la creatividad se triplica. Las maderas que eran para la cubierta, ahora se transformaron en un banco que permitía ver a los chicos jugar fútbol. Las sogas que sobran, ahora se convirtieron en una red para que crezcan las plantas y les brinde un poco de sombra.
Esta escuela necesitaba de trabajos, y aunque no se terminó del todo y debieron concluirlo en otros días posteriores, quedó un antecedente como enseñanza para la comunidad: si se quiere cambiar algo, debes juntarte con otros que también quieran eso y no esperar tantas operaciones institucionales.
En simultáneo, la segunda estructura comienza a tomar forma. Esta es 'La Nube', a cargo de los talleristas venezolanos Kevin Guerrero y José Martínez de TaDU – Taller de Desarrollo Urbano. La intención era poner en valor una plaza con poco mantenimiento, donde unos juegos infantiles rotos y bancos despintados se encontraban solitarios en el terreno, con algunos materiales reciclados que evidenciaban que la basura puede convertirse en algo diferente.
Mientas comenzaban los preparativos en el sitio, al instante, varios residentes se acercaron a ver quienes se habían metido con su plaza. Ya comenzaban a ofrecer lo poco que tienen, colaborando con las tomas eléctricas y una escalera que se volvió indispensable para realizar los trabajos en altura. La arquitectura tiene vecinos.
En la parada de autobuses, un joven observa como los estudiantes preparan la mezcla de cemento, arena y piedras que se convertirá en las fundaciones de la estructura. Sin decir nada, toma una pala y comienza a ayudar demostrando como hacerlo con expertiz. Asumimos que se trataba de un albañil. Deja la pala, sin decir nada, y se marcha. Ver a personas unidas trabajando para mejorar el espacio público -habiendo esperado que alguien encargado por la municipalidad alguna vez lo hiciera- al parecer planta una semilla que invita a hacerlo.
Otros estudiantes, entre tanto, ya advirtieron que se podía fácilmente empezar con lo que hay. Arreglar los columpios existentes, que demoró aproximadamente 10 minutos con un poco de ingenio. Pintar los bancos y los postes de metal. Un estudiante se dedica a juntar las botellas de plástico tiradas en el suelo que estaban desde uno vaya a saber cuando. Las pequeñas acciones, son las que seguramente los vecinos más recordaran. El pabellón, quizás ahora está ahí para hacer memoria de eso.
Acá también comienza a caer la noche, empiezan a aparecer más personajes ahora que la temperatura empieza a bajar, y mientras se están terminando de hacer los últimos ajustes, los niños ya empiezan de forma desespera a subir y bajar trepando por las redes. Al parecer, funciona.