Tras cinco años de nuestra primera aproximación a la recóndita subestructura del viaducto #2 en el Parque Albarregas, ciudad de Mérida – Venezuela, y más de diez años desde su reapropiación impulsada por una proliferante comunidad de skaters y artistas urbanos, al pasar del tiempo, el núcleo cultural resiste como un espacio endógeno a la velocidad de su propia efervescencia.
El Parque Albarregas constituye una de las principales reservas ambientales dentro de la urbe, formando un impresionante entorno natural, confinado por el crecimiento de la ciudad. Una extensa grieta que atraviesa transversalmente el valle dentro de la formación cordillerana.
Esta gran infraestructura de sutura construida entre 1978 y 1980, permitió sobrevolar el eje del rio y el parque, para conectar polos separados, pero al mismo tiempo segregó un debajo riesgoso y cada vez más estigmatizado.
Sin embargo, en las bases del viaducto se produjo un subterfugio de la ciudad. Una suerte de atmosfera periurbana, que paradójicamente dio pié al restablecimiento de la relación perdida con el parque durante largos periodos, a partir de la irrupción de un nuevo tejido social.
En un contexto prácticamente sincrónico, en 1974 el filósofo francés Henri Lefebvre, autor de La revolución urbana y El derecho a la ciudad, elabora dentro de su tesis –La producción del espacio-[1], una categoría que define como <<El espacio contradictorio>>, analizando entre otras cosas, el sentido de las estructuras que surgen por contraposición provocadora a la forma desigual y excluyente que rige los principios del modelo positivista de la ”ciudad moderna”.
Lefebvre no vacila en exponer sólidas razones de cómo estos avasallantes avances urbanos no demoraron en implementar una lógica coercitiva de las relaciones sociales basadas en la colaboración, la solidaridad, o la creatividad, dado el arquetipo represivo del progreso indetenible.
”El urbanismo -normal- opera como ideología manipuladora, disimulando bajo una disposición racional la alienante realidad de un espacio homogéneo, fragmentado y jerarquizado. Para ese urbanismo normalizado y normativo, la significación de la vida del hombre y de la ciudad, al igual que toda la existencia, se reduce a mera función, al rigor inhabitable. Y, sin embargo, ¿dónde queda el deseo, lo transfuncional, lo lúdico y lo simbólico?”. Ciudad, espacio y cotidianidad en el pensamiento de Henri Lefebvre. Emilio Martínez Gutiérrez. Introducción a la Producción del espacio, 2013.
Precisamente desde este enfoque es donde toma relevancia la existencia de agentes ”extraños” a la sociedad convencional. Actores diferentes que interactúan con la ciudad bajo una perspectiva de constante transgresión del espacio, en su mayoría fuertemente restrictivos, regulados, o directamente prohibidos.
Un movimiento de creadores alternativos ocupó el fondo del elevado vehicular, obligados a moverse fuera del circuito cultural hegemónico habilitado por la ciudad. Skaters a la cabeza, acompañados por artistas, activistas urbanos y comunidad, habitaron de manera sediciosa el único lugar sin aparente interés. Un ecosistema subterráneo despreciado por la ciudad en marcha. Un refugio para apertrecharse con autonomía.
El proyecto explora con audacia, la posibilidad de aprovechar este subproducto del desarrollo urbano y provocar un efecto contrario al del espacio remanente, re-semantizando la función esencial de una de las estructuras más sobresalientes de la ciudad, para utilizarla de corteza y protección. Un puente habitado de manera singular, en discrepancia con la construcción del espacio normado de la ciudad.
Desde este momento, la reconquista del lugar dio pié a una transformación que desdobló diferentes expresiones dentro de este paisaje marginado. Un espacio furtivo, recuperado por la fuerza social a través de trabajo cohesionado y autoconstrucción.
En este proceso, las acciones del proyecto permitieron recalificar el espacio vulnerable, plasmando un conjunto de funciones culturales, donde existe diversidad de actores en todo tipo de disciplinas: diseño, música, cine, artes visuales, agricultura, y otras prácticas afines, orbitando alrededor de la plaza skateboarding, principal catalizador y articulador de las unidades del parque, permanentemente en gestación.
La intervención prácticamente se centra en dotar de superficies y germinar nuevas adiciones como parte de la misma tectónica de la estructura del viaducto. Pero la atmosfera que abarca toda la dimensión del lugar, conforma un escenario a la escala del esqueleto de concreto y el follaje del parque. Una operación que tiene soporte en la épica de ese paisaje inusual, donde la idea de la producción del espacio más proclive de experimentación, se refleja en la ciudad antepuesta.
El proyecto es considerado un ejemplo de buena praxis dentro del paradigma de la autogestión, accediendo a apoyos económicos y soporte institucional por parte de entidades públicas, con resultados prácticos y protocolos administrativos eficaces, dentro de un plan de acción elaborado por el colectivo local, donde las decisiones son tomadas por medio de asambleas deliberativas, pasando por la validación de un proceso de diseño plural.
-El Spot- (Sujeto que se le atribuye a la identidad del parque cultural, señalando un lugar preciso, con un significado y un valor de uso fuera de lo común), se convirtió de facto en uno de los epicentros del movimiento skateboarding callejero más sobresaliente del país, y progresivamente también en un centro de todo tipo de manifestaciones urbanas.
Nos gusta pensar que el espacio que conforma el parque, extrapola los límites bajo la sombra del puente, delimitando un territorio extenso y complejo, sobre la base de un proyecto orgánico y de largo aliento, gestionado en diferentes etapas, una y otra vez, durante años de persistencia. Una estructura que subsiste por el derecho a la ciudad, pero no a cualquier forma de ciudad, sino a una ciudad a la medida de la producción de espacios de transformación.
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[1] Lefebvre, Henri. ”La producción del espacio”. 1974. Edición de Capitán Swing, 2013. Prólogo de Ion Martínez Lorea. Introducción de Emilio Martínez Gutiérrez. https://istoriamundial.files.wordpress.com/2016/06/henri-lefebvre-la-produccion-del-espacio.pdf
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Marcos Coronel es un estratega de políticas urbanas y arquitecto venezolano, cofundador de laboratorio PICO Colectivo, donde desarrolla infraestructuras físicas y sociales en entornos al margen de la ciudad convencional. Forma parte de un movimiento de activistas urbanos surgido en los últimos años, dentro de un contexto en el que múltiples organizaciones sociales intentan alcanzar empoderamiento y autogestión. Su trabajo al frente de proyectos con entidades capaces de soportar espacios de intercambio, sistemas abiertos y libres, estructuras que integran la naturaleza, energías y economías culturales en ambientes de comunidad, han sido reconocidos por la organización Curry Stone Design Prize entre las 100 prácticas más relevantes de diseño social en el mundo, durante 2017. En 2018 obtuvo el Premio Young Architects In Latin America en la 16a Bienal de Venecia. Recientemente ha sido nominado para el Royal Academy Dorfman Award, Londres 2020. Como profesor y ponente invitado, ha impartido clases en la Ecole Nationale de Architecture Paris Val de Seine, Escuela de Arquitectura de la Universidad de Talca, Facultad de Arquitectura y Planificación de la Universidad Nacional de Rosario, Universidad de Veritas, entre otras, y en diferentes foros de discusión disciplinar.