Durante la coyuntura del confinamiento, ArchDaily realizó una serie de entrevistas y charlas a través de Instagram Live con algunas de las prácticas más influyentes de la arquitectura contemporánea. En esta ocasión, conversamos con Giancarlo Mazzanti desde las oportunidades que presenta la pandemia, pasando por su pensamiento arquitectónico hasta la noción de extranjería y legado. A continuación puedes leer la transcripción.
Santiago Baraya: La oficina de El Equipo Mazzanti es un espacio dentro de una casa, muy acogedor. ¿Cómo ha sido la instancia ahora que hay el distanciamiento social?
Giancarlo Mazzanti: Aquí disfruto de mi casa, trabajo rico, pongo música y en general funciona bastante bien. Pero si me hace una falta gigantesca trabajar en equipo, sentarme en la mesa a rayar y discutir los proyectos en discusión abierta. Además todo el día estoy en contacto físico con todos en la oficina, y eso, aparentemente desaparece completamente en homeoffice. A diferencia de lo que dicen los medios respecto a la nueva normalidad tras la pandemia, donde el distanciamiento entre las personas será la norma, yo creo que si hay una necesidad de humanidad, de sentirse cercano al mundo. Creo que vamos a sentir la necesidad de estar aún más cerca de las personas que queremos y con quienes trabajamos, y no mantener una distancia por el miedo.
SB: ¿Cuál es el pensamiento pedagógico detrás del trabajo de tu equipo?
GM: Es fundamental dividir lo que para mi significa hacer arquitectura. Esto no es hacer edificios, no es poner un ladrillo arriba de otro sino básicamente es, construir pensamiento a través de la construcción de edificios. Y hay un objetivo fundamental para nosotros y es ¿qué propicia la arquitectura?
A mi no me interesa la arquitectura solo como una discusión en sí misma, sino la capacidad que tiene de propiciar y generar condiciones sociales, ambientes, nuevas formas de comportamiento. Porque no tendría ningún sentido – en el mundo de hoy- pensar que lo que nosotros vamos a hacer son bellos edificios, algo que ya se está haciendo en todo el mundo. Finalmente lo que creo que hace la diferencia es la construcción de un discurso, de una posición con respecto a como habito el mundo, entender la arquitectura como una forma de construcción de pensamiento – que no es lo mismo que construir conceptos para hacer edificios- y como uno se sitúa en dicha construcción con respecto al mundo.
El juego es la única crítica que le queda a la arquitectura y la sociedad para no pensar que todo es un acto productivo, eficaz y eficiente y que lo hace la construcción de interés por un fin. Al final es una crítica abierta a la idea de la funcionabilidad arquitectónica como resultado de la fábrica, de la máquina y de la eficacia.
SB: ¿Qué crees que esta situación puede traernos de bueno desde la perspectiva donde la funcionalidad va mucho más allá de ser productivo?
GM: Personalmente, hoy en día trabajo mucho más de lo que solía trabajar en el estudio. Allá me divierto y tengo más tiempo libre para hacer otras cosas. Hoy me consumen los medios. Hay un libro muy lindo que habla de esto y tiene que ver con la educación, la necesidad de pensar hoy en día el mundo desde La utilidad de lo inútil, así lo titula Nuccio Ordine, donde habla de la importancia de los saberes inútiles, aquellos que “no son productivos u operativos”. Aquellos saberes como la poesía o la filosofía que no son mecanismos de producción, sino simplemente la acumulación del conocimiento y del saber. Entonces yo si creo que una sociedad como la nuestra, que solo se enfoca en la productividad , y esto no quiere decir que no trabajemos, sino entender que en el espacio arquitectónico, la aparición del juego permite otras maneras de entenderlo. Por ejemplo en los espacios educativos, los que se acostumbraban a plantear en el esquema tipo peinilla, donde mantener el control y la vigilancia es más sencillo y eficaz (como lo hacen también en cárceles y hospitales). Pero cuando uno entiende la espacialidad, no desde la eficacia, sino desde el aprendizaje y la pedagogía, el espacio en sí mismo propicia las relaciones y las formas de enseñar. Al final esto puede ser más beneficioso para los estudiantes que simplemente la eficacia, pues a estos, especialmente en las edades tempranas, no les interés a llegar más rápido de una aula a otra.
SB: ¿Cómo hacen en El Equipo para que la morfología arquitectónica de sus edificios traduzca ese pensamiento que plantean basándose en la experiencia del usuario más allá de la eficacia del programa?
GM: En el caso de la Fundación Santa Fé hay varios temas con el uso de la fachada. Lo primero es que quisimos proponer un edificio en ladrillo donde este no trabajara a compresión – como lo hacen la mayoría de edificios bellísimos en Bogotá -, pues el ladrillo, en edificios de más de tres pisos, no trabaja como elemento portante de carga, sino como una piel independiente de la estructura del edificio.
Cada vez creo menos que la piel o la fachada sean un discurso arquitectónico. Lo que más tiene sentido de las fachadas es entender cómo operan para la construcción de efectos y atmósferas ambientales. Lo que hace la fachada de la Santa Fé es funcionar como una membrana que produce efectos ambientales al interior, pero no de manera moralista.
Hilando con la pregunta anterior, la Santa Fe va más allá de la simple eficacia de los programas de hospitales. Los hospitales deben ser eficaces en sus conexiones y reduciendo tiempos entre las distintas áreas de donde trasladan a los pacientes. Pero cuando analiza la manera en que se habitan esos lugares, ¿por qué no somos capaces de introducirles otro tipo de condiciones?. En ese edificio logramos plantear lo que llamamos una anomalía. Cómo introducir acciones que no pertenezcan a un hospital. De las tres que propusimos (Salón de baile, espacio integrado para los niños del barrio y solárium) solo nos permitieron una, y es ese espacio entre la fachada y el interior del hospital en el noveno piso. Y este es el valor agregado del vivir el edifico más allá de su organigrama funcional –contrario a lo que enseñan en la mayoría de facultades-. Y esto se traduce en la fachada como esencia del proyecto.
SB: Háblanos de uno de los pilares de su pensamiento: ¿El juego hace un ejercicio metodológico para repensar la arquitectura?
GM: El juego se utiliza de varias maneras en nuestra práctica. Lo primero es en los procesos de co-creación, donde ponemos a los usuarios a jugar, y a través de esos juegos nosotros recogemos la información para poder desarrollar el proyecto. Por ejemplo el Parque educativo de Marinilla, donde con Nicolás París y Carlos Medellín invitamos a la comunidad a ser el banco de Marinilla, con dos propósitos. Primero como el valor simbólico que ellos tuvieran que pagarnos por algo que estábamos regalando, y segundo a través de lo que identifica el billete (pues en estos se imprime generalmente la identidad de los países a los que corresponde la divisa). Así logramos entender una serie de condiciones que aplicamos en el proyecto, multiplicando los usos que tiene el edificio finalmente.
En cambio, en los 21 preescolares del Atlántico terminamos definiendo 6 preescolares y posteriormente los arquitectos de cada localidad desarrollaban sus edificaciones bajo las bases que les dimos. Y entonces aquí cuestionamos otro de los preconceptos de la educación arquitectónica que dice que la forma sigue el lugar en donde se emplaza. A la forma no solo la define esto, la definen un infinidad de cosas, bien sea la situación política o las espacialidades que queremos que se genere, o la tectónica. Entonces este es un proyecto que critica la idea de que la arquitectura sólo nace del lugar.
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SB: Nos mencionabas que Julio Cortázar, como uno de tus referentes literarios dice en su texto Clases de literatura, Berkeley 1980 sobre el juego, que “El juego es lo más serio que puede haber dentro del juego” donde profundiza que esta es una herramienta fundamental para la construcción social. En el jugueteo entonces, es donde se goza y se ríe y donde no se toma nada enserio. Pero es en instancias como esta, donde conversamos informalmente mediante una red social, desde nuestras casas, y aún así la respuesta ha sido tomada con tanta seriedad como lo hubiera sido un panel en una universidad, o quizás más aún. ¿Por qué no reír más, gozar más de la informalidad?
GM: ¿Por qué no reír sin parar? Eso es lo que más extraño de la oficina: el gozarme a carcajadas el día a día, disfrutar lo que hago. Hay un libro también fantástico que se llama El artesano de Richard Sennet donde habla del placer de hacer las cosas bien por el simple hecho de hacerlas. Por eso nosotros hacemos tantas cosas – maquetas jueguetes, etc -, no las hacemos por ser más eficaces sino por mero placer. Aquí recomiendo más libros interesantes que me ayudan a diseñar, como El artesano. El diseñador total: Autoría en la época de la arquitectura posdigital, que habla de sistemas y relfexiona sobre las tecnologías de la creación y la autoría. Y Las arquitecturas del devenir de Fernando Quezada, donde se explica nuestra capacidad de transformar la realidad. Para mi es fundamental la lectura. Sin leer no le encuentro sentido a la arquitectura y esto me hace disfrutarla cada vez más.
SB: ¿Cómo crees que se va a repensar el hacer ciudad después de haber experimentado esta pandemia que cambia la manera en que todos llevamos nuestra cotidianidad?
GM: Hay cosas muy interesantes de esto que estamos viviendo. Cómo podemos usar cada vez menos el transporte público, cómo el teletrabajo nos facilita en ciertas ocasiones a tener que moverme menos. Pero no solo desde la casa. Yo creo que es importante el ir a la oficina y estar en contacto físico con los demás. Pero también vamos a tener más tiempo para pensar. A través de las herramientas tecnológicas podemos movernos más lejos sin tener que desplazarnos.
SB: Un gran porcentaje de los usuarios de ArchDaily no necesariamente están directamente relacionados, ni trabajan ni estudian arquitectura. ¿Qúe puedes aconsejarle a este público que no es profesional en arquitectura?
GM: Yo pienso que la discusión del oficio se hace con el oficio. Yo hago arquitectura con los elementos que componen la arquitectura. Pero la forma de construir pensamiento si es mucho más transversal y horizontal, en ese sentido. El pensamiento no tiene una sola forma de ser. Hay una frase de Aldo Rossi en su Autobiografía científica que dice “si yo no hubiera sido arquitecto hubiera hecho lo mismo”. Esa frase refleja precisamente eso, en el fondo la arquitectura tiene que ver mucho más allá que con solo pegar ladrillos.
SB: ¿Cuáles serían los principios morales de El Equipo Mazzanti?
GM: Nosotros trabajamos para los demás, no para nosotros mismos. Cómo construir una arquitectura que propicia otras cosas y para otros. Es un acto de transformación optimista que construye bienestar social. A través de la arquitectura construimos una cantidad de relaciones y de condiciones que van a mejorar la vida de los demás, y ahí radica el placer de la práctica. Y esa es la otra cosa fundamental de esto. La pasión, el cariño, el amor y el cuidado que tenemos por hacer un proyecto con todas las dificultades que tiene.
SB: Tu eres una persona migrante. ¿qué valor puedes compartirnos del ser extranjero constantemente?
GM: Si es verdad, aquí (en Bogotá) soy costeño, en Barranquilla soy cachaco y tengo raíces muy vivas italiano francesas. La noción de extranjería es muy interesante. Hay otro libro de Sennet que se llama El extranjero que habla de dos condiciones que tienen los migrantes. En una, sobrevaloran de donde vienen, o niegan absolutamente su condición de migrantes y no se identifican con su origen. El ser hijo de inmigrante enseña el respeto por las diferencias, pues a contrario de quienes se cierran a ver una sola verdad y no empatizan con la verdad diferente, tampoco la toleran. Muchas veces la noción de absoluta identidad se convierte en un discurso cerrado donde solo esa visión es la única que define el mundo. Al final , la identidad solo nos convierte en elementos periféricos.
SB: Para cerrar me gustaría preguntarte ¿cómo dejar un legado? ¿cómo El Equipo Mazzanti será después de Giancarlo Mazzanti?
GM: No tengo idea. Lo que menos me interesa es dejar legado. Eso no son más que actos de egocentrismo. Lo que yo hago es como la labor de un zapatero que arregla un buen zapato, y punto. No existe la noción de legado y por lo tanto no existe la noción de autoría. Mi hija no trabaja ni creo que vaya a trabajar en mi estudio, que sea mi hija no le garantiza un puesto en El Equipo. Aquí la gente se va ganando su espacio y para eso está abierto. Lo que si me interesa mi es generar estrategias de aprendizaje, conocimiento y descubrimiento que van y vienen, y la emoción por descubrir y aprender.