La práctica Taller Síntesis de Medellín, Colombia, nos comparte el siguiente artículo recalcando la importancia de reconocer al entorno construido rural, que responde a la mayoría del territorio pero no a la mayoría de arquitectura en práctica, con el fin de traer más conciencia a como se encamina y reconoce la arquitectura en el país. Léelo a continuación.
En el mes de agosto se conocieron los 118 proyectos seleccionados a la XXVII BICAU, un panorama amplio de los proyectos más recientes de la arquitectura de Colombia, una muestra de una gran calidad y diversidad, pero que tristemente, a pesar de unas pocas y valiosas excepciones, revela un gran ausente: la arquitectura rural.
Esto se hace aún más evidente si comparamos esta bienal con las últimas ediciones de este evento; en estas, la presencia de los proyectos diseñados y construidos para la ruralidad colombiana se había hecho notoria, llegando a coexistir en un mismo evento, proyectos no solo seleccionados si no premiados como La casa del pueblo de El Salado, El parque educativo de Vigía del fuerte, y el Centro de desarrollo Infantil Guayacanes, proyectos todos desarrollados en zonas apartadas de la geografía colombiana, zonas que tienen en común haber sido golpeadas por la violencia del conflicto armado que inicia a finales de la década de los 40 del siglo XX y por el abandono y la corrupción estatal durante largos años.
Por ello es preocupante el estado del arte que revela la selección de los proyectos a la bienal, nuevamente no por la calidad de los proyectos seleccionados, que es evidente, si no, porque entendemos que la arquitectura no es un hecho aislado, por el contrario refleja el estado de la sociedad en la que se inscribe, sus intereses y pensamientos, esta selección es una muestra clara de cómo nuevamente el país ha olvidado estas enormes áreas de la geografía colombiana, de cómo la ventana que se abría para realizar intervenciones necesarias y pospuestas por décadas en la ruralidad como escuelas, centros comunitarios, centros de salud, nuevamente se cierra ante el evidente desinterés de la institucionalidad, y en parte de nosotros mismos, los arquitectos.
Colombia es un país enorme, su área supera a las de Francia y Alemania juntas, y profundamente diverso, sin embargo, la producción de la arquitectura colombiana se ha centrado en un puñado de grandes ciudades, Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla, que, si bien concentran gran porcentaje de la población y los recursos del país, dejan por fuera a más del 90% del área del país, a la diversidad cultural, geográfica y climática que lo caracteriza y a grupos poblacionales enormes y dispersos. En estas pocas ciudades se concentran también las escuelas de arquitectura y los arquitectos que diseñan las infraestructuras para toda Colombia, incluyendo obviamente a las rurales.
Así la arquitectura realizada para estas regiones -apartadas de los centros tradicionales del país- ha sido realizada usualmente a distancia, diseñando desde el escritorio sin comprender las realidades que exceden a la forma arquitectónica y que son parte fundamental del proyecto. De esta manera se han hecho la mayoría de las escasas infraestructuras construidas en la ruralidad, proyectos que se replican a modo de prototipos mal entendidos, que no tienen en cuenta el lugar, la cultura y los habitantes para los cuales están siendo diseñados. Arquitecturas que al ser de inferior calidad incrementan la injusticia espacial y la desigualdad entre lo urbano y lo rural y que no proponen más que función pura, olvidando el poder detonante de nuevas dinámicas sociales de las infraestructuras y sus posibilidades simbólicas y poéticas.
Es necesaria entonces la presencia de los arquitectos en toda Colombia, que entiendan el viaje como experiencia de aprendizaje, como la herramienta para entender el objetivo de lo que se está diseñando y de ponerse en contacto directo con la realidad del país en el que operan, de la necesidad de intervenir en territorios que siempre han estado en medio del conflicto con arquitecturas que reparen y dignifiquen la condición de las comunidades.
Es necesario recuperar la energía que empieza a diluirse, recuperar a la arquitectura como agente fundamental en la mejora de las condiciones de vida de las regiones. No debe suceder de nuevo que el arquitecto sea un personaje tan lejano, tan distante, que su presencia en el territorio amerite, por inusual, hasta celebraciones por parte de la misma comunidad, como lo vivimos en alguna de nuestras experiencias como oficina. Es necesario que se construya una arquitectura del territorio, que no se avergüence de ser mestiza, de recuperar las lógicas del lugar, una arquitectura de calidad que sea capaz de dar forma material a la esperanza de construir un país mejor, que genere pertenencia y que potencie las virtudes de lo local a la vez que sea universal.
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