El siguiente artículo propone el repensar la arquitectura como sujeto en vez de objeto. Carlos Medellín profundiza en el tema, donde plantea, desde lo experimental y lo académico como la arquitectura enfocada en las personas es un agente de cambio.
El final de 2016 fue un período tenso pero emocionante en Colombia. Después de varios intentos, un acuerdo de paz entre el gobierno y la guerrilla de Las FARC estaba a punto de hacerse realidad. Se pidió a los colombianos que votáramos para ratificar el tratado y así poner fin al conflicto armado interno más antiguo del mundo. La ratificación fracasó con un 50,2% de votos en contra. Parecía sorprendente que un país que había sufrido más de 60 años de violencia no acordara detener esa guerra. El pacto fue finalmente firmado, pero quedó enmarcando en una sociedad profundamente dividida entre quienes piensan que el perdón es posible y quienes desconfían de ese camino.
Puede que ese contexto explique por qué mi interés en que el espacio cobre un rol como mediador. En promover lugares donde sea posible superar los diferentes tipos de violencia que conlleva las profundas divisiones sociales con las que vivimos. Como ciudadano, he vivido los extremos del conflicto armado en Colombia y la segregación social que ha resultado de él. Como hombre gay, he experimentado lo peligroso que puede ser moverse a través de espacios cuya forma es definida por nociones absolutistas que se imponen sobre las diversas condiciones de clase, raza o sexualidad que un individuo experimenta: lo que no cabe en la idea hegemónica preexistente debe ser forzado a encajar o dejarse de lado. Y como arquitecto, me he dado cuenta de que construir es también gobernar, y que la arquitectura es un acto político, que puede definir la forma en que vivimos y nos relacionamos.
Durante la época en la que se firmó el acuerdo de paz, me encontraba estructurando Horizontal, una organización sin ánimo de lucro en Colombia que combina arte, arquitectura y planificación urbana con el fin de fomentar justicia social a través del espacio. La misión que se dio a la fundación fue la de promover proyectos que impactaran temas cruciales como el cambio climático, la educación, la diversidad y la justicia, produciendo investigación y diseño participativo fomentando tres aspectos: i) transformación física, ii) alianzas institucionales y iii) desarrollo comunitario.
La Casita: Espacios para la justicia restaurativa en Bogotá
Equipo: Carlos Medellín, Nicolás Paris, Maria Victoria Londoño, Daniela Escallon, Dana Montenegro, Juan Pablo Munñoz, Guillermo Carone, Pablo Londoño, Sebastián Rivera, Pierre Puentes, Sara Vera, Ruben Gomez, Steff Cañon, Julián Bejarano y Giancarlo Mazzanti
A finales de 2017 junto con mi colega y amigo Nicolás Paris, un artista cuyo trabajo aborda la educación, el aprendizaje y la consecución de acuerdos colectivos, asumimos el primer gran proyecto de horizontal: rediseñar "La Casita", la sede del primer programa de Justicia Restaurativa (JR) para jóvenes en Bogotá. Siendo una iniciativa de la ONU contra la Droga y el Delito (UNODC) y la Secretaría de Seguridad de Bogotá, totalmente alineada con las bases del acuerdo de paz, se enmarcaba dentro de nuestra línea de justicia. La Casita nacía como una prueba para explorar, cómo presentar una alternativa que afectara todo el sistema penal. En ese contexto, pronto entendimos que el proyecto tenía que ser sobre lo que realmente significa la Justicia Restaurativa en Bogotá: cómo es implementada por los jueces, puesta en práctica por los trabajadores psicosociales y experimentada por los usuarios del programa.
Iniciamos el proceso diseñando intervenciones artísticas y talleres creativos como excusa para generar compromiso por parte de los involucrados. El objetivo fue también reunir testimonios para comprender cuán emocional es este contexto. Todos aquellos involucrados en el programa, además de estar en constante contacto con historias violentas, viven en un ambiente tenso, causado por frustración y falta de confianza. La evidencia que reunimos nos mostró muchas perspectivas:
- Ofensores que no confían en el sistema, ni en sus terapias de responsabilización.
- Víctimas que esperan ser reparadas, que se haga justicia.
- Familias dispuestas a apoyar la reintegración de víctimas y ofensores a sus comunidades.
- Profesionales sin reconocimiento, trabajando en ambientes sumamente emocionales.
- Vecinos que piensan que los "delincuentes" están ahora en su vecindario.
- Jueces responsables del proceso y ansiosos por la percepción social que pudiera tener.
- Una sociedad que juzga sin reconocer su contribución en la construcción del conflicto.
El proyecto implicó entonces repensar el espacio como un ritual de transformación: prácticas alternativas que permitan transgredir la violencia naturalizada que afecta nuestra sociedad, y que promuevan la generación de confianza colectiva. Es así como se convirtió entonces en una serie de protocolos complementarios: tres herramientas pedagógicas; intervenciones espaciales piloto; diseño de imagen, marca y web; artefacto móvil para dinámicas públicas; manuales de uso y replicabilidad del programa y de los diseños.
El día que presentamos los resultados de nuestro diseño fue el momento más inspirador. La madre de una de las víctimas nos dejó claro que para ella estos diseños eran "ejercicios pedagógicos" que puede incorporar en la vida cotidiana de su familia. Los describió como acciones útiles para que los conceptos jurídicos abstractos de la Justicia Restaurativa, puedan ser tangibles y entendidos desde la experiencia.
Experiencias como esta me han ayudado a definir lo que creo es realmente importante en el espacio: el poder que las historias individuales y colectivas tienen para moldear la forma de los lugares que habitamos. Pero una de mis principales preocupaciones es que, como arquitectos, nunca aprendemos a escuchar, comprender y contar esas historias, para después poder traducirlas en diseño. Debo reconocer los límites que la estrecha formación como arquitecto nos brinda sobre lo que el diseño realmente es, al mostrarnos la arquitectura como un objeto. Creo que debemos explorar ampliamente las posibilidades emancipadoras del espacio, y para eso tenemos que apoyarnos en diferentes disciplinas, pero aún más importante, entender la experiencia del “otro”.
"Explorar ampliamente las posibilidades liberadoras del espacio, y para eso tenemos que apoyarnos en diferentes disciplinas, pero aún más importante, entender la experiencia del “otro.”
Espacios que aprenden- Queens, Nueva York
Equipo: Desarrollado como profesores de Columbia GSAPP. Giancarlo Mazzanti, Sol Aramendi, Andrea Chiney, Sara Vera y Carlos Medellín. Asociados con el programa New New Yorkers del Queens Museum. Estudiantes: Iyad Abou Gaida, Carolina Aguiar Madureira, Lojean AlAli, Daniel Cedillo, Axel Dechelette, Michael Delgado, Kilmo Kang, Nicholas Soniprasad, Jean Pierre Villafañe and Shuang Zhao.
En 2018, mediante un taller de arquitectura que estaba dictando junto a Giancarlo Mazzanti en la Maestría de Columbia University GSAPP, exploramos esa idea. Enmarcamos el taller en una amplia pero concreta pregunta: ¿Qué pasaría si en vez de pensar en la arquitectura como un objeto estático la pensáramos como un “sujeto” que puede cambiar y adaptarse a nuevos usos, diversas prácticas y otros usuarios? Este cambio de perspectiva ponía a la arquitectura en una situación donde pudiera modificarse y “aprender a ser”, más allá de su función original. Espacios que aprenden nació a través de una alianza con el Queens Museum y su programa “New New Yorkers”.
"La concepción estática, elitista, heteronormativa, racista y hegemónica que se le da al espacio se debe deconstruir, para que la arquitectura cobre valor como un escenario siempre cambiante, para que aprenda a ser un lugar donde, a su vez, podemos aprender a ser otra persona."
Junto a cinco parejas de estudiantes diseñamos herramientas pedagógicas que para generar interacciones con cinco comunidades que residen o trabajan en el barrio. Nos unimos a la artista argentina Sol Aramendi, cuyo trabajo se centra en el arte cooperativo desde la resistencia y solidaridad de comunidades inmigrantes, para usar las herramientas en talleres creativos enfocados en reconocer procesos informales de aprendizaje, presentes en el territorio.
Uno de los trabajos se hizo con Mujeres en Movimiento (MEM), un grupo con integrantes provenientes de Latinoamérica, que se une para crear redes y bienestar compartido, especialmente desde la música y el baile. Bajo el lema de “Sembrando resistencia”, el taller consistió en crear un jardín hidropónico para crecer hierbas aromáticas y distintas plantas ligadas a tradiciones ancestrales de medicina herbal, tés y proveer de un ambiente acogedor para lo que ellas llaman “bailoterapia”. Este grupo empezó a consolidarse desde que se volvió parte del Immigrant Movement International (IMI), iniciativa de la Artista Cubana Tania Burguera. Otro ejemplo interesante fue el trabajo hecho con TRANSgrediendo, una organización que promueve salud integral, cultural y social de las personas Transgénero. El taller consistió en entender diversas nociones de identidad, y en dialogar sobre lugares donde la libre expresión de éstas es posible. A través del diseño de maquillaje con diferentes materiales e ideas sobre máscaras, los participantes expresaron los diferentes componentes que construyen sus identidades y los retos que significa la libertad de expresión en Queens. El eslogan para abogar por estas experiencias fue: “Derecho a amar. Derecho a expresar amor”.
El cambio en la forma de entender la arquitectura que proponemos con ejercicios como este, es el de observar el proceso de aprendizaje del espacio para mostrar su naturaleza liberadora. Hoy mas que nunca es importante diseñar lugares donde las minorías puedan afirmarse dentro de una sociedad que se ha construido, en muchos casos, precisamente para excluirles. Es aquí precisamente donde el espacio se vuelve crucial, y el carácter estático de la arquitectura se diluye desde la inclusión de aspiraciones y deseos, cuando la relación entre función y forma cambia y la forma puede definirse más allá de la función. La concepción estática, elitista, heteronormativa, racista y hegemónica que se le da al espacio se debe deconstruir, para que la arquitectura cobre valor como un escenario siempre cambiante, para que aprenda a ser un lugar donde, a su vez, podemos aprender a ser otra persona.
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