Carlos Hevia Riera es un arquitecto y fotógrafo chileno que ha estado movilizado por la puesta en valor del habitar cotidiano en territorios rurales y aislados. En este sentido, su último proyecto 'Esto también pasará.Taccone città effimera' es el resultado de su residencia artística en Taccone, comuna de Irsina, durante los meses de agosto a octubre 2019, que le permitió realizar no solo un museo temporal hecho de fardos de paja, sino salir al encuentro de una historia sorprendente y poco conocida.
En la siguiente entrevista, nos cuenta en profundidad desde sus primeras impresiones hasta cada uno de los pasos que estuvieron por detrás de esta construcción colectiva de la memoria.
Fabian Dejtiar (FD): En el artículo "Esto también pasará: la instalación que reúne dos geografías distantes con una memoria común"; publicado en Revista Endémico, ya nos escribes en detalle la historia detrás de tu residencia artística en Borgo Taccone. Pero, ¿qué te inspiró en un primer lugar a realizar esta aventura en Italia? ¿ ¿Algún consejo para los interesados en realizar este tipo de movilidades?
Carlos Hevia (CH): Para el tiempo que postulé al concurso internacional, estaba viviendo en Berlín. Ahí limpiaba casas y repartía comida en mi bici mientras esperaba que llegara alguna oportunidad para mí como arquitecto o fotógrafo. Estaba siempre buscando, hasta que apareció el llamado a concurso de la UE del programa capital cultural europea. La fundación Matera 2019 buscaba artistas internacionales para fortalecer el impacto del programa fuera de la región y del país. Fue ahí que me puse en contacto con Mino Vicenti, a través de un amigo, quien en ese tiempo dirigía la Mediateca de la ciudad de Irsina en la región de Basilicata.
Dentro de los requisitos del proyecto habían dos que resultaban importantes para mi, que el artista no debía ser italiano y que la obra tenía que ser el resultado de un proceso participativo con alguna comunidad fuera de la ciudad de Matera, pero dentro
de la región de Basilicata. Y yo, chileno, hace años que estoy transmitiendo con las ideas de la participación ciudadana en la arquitectura latinoamericana, por lo que estábamos seguros de cumplir los requisitos.
Pero de Taccone no sabía nada. En internet hay poca información, fue Mino quien propuso trabajar aquí y yo accedí muy contento. Nuestra postulación estuvo basada por sobre todo en llevar a cabo un proceso colectivo, donde dejamos el resultado abierto a la interacción con las “fuerzas endógenas” que eventualmente encontraríamos en las calles, en las escuelas y en las casas.
La inspiración que dio forma definitiva al proyecto vino de mi tiempo en Taccone, de la gente que conocí, de lo mucho que comí pero sobre todo de intentar entender lo que significa el concepto de “naturaleza” para cada uno de nosotros. La gente aquí ama la naturaleza, ese paisaje agroindustrial fruto de la producción masiva de trigo, que para mi era un desierto. Desde el sur de Latinoamérica, mi imaginario de naturaleza es muy distinto, lo natural significa la existencia de bosques nativos, ríos libres y glaciares milenarios. Elementos que aquí desaparecieron hace muchos años y que ya no forman parte de la memoria. Un consejo quizás, y que es algo que me repito constantemente, es creer en el valor de las historias simples y cotidianas.
FD: El proyecto resultante fue un museo de lo efímero y de lo sacro hecho de fardos de paja con una fuerte carga emotiva, producto de un trabajo de vinculación estrecha con los habitantes del lugar. ¿Nos puedes contar un poco más sobre el intercambio que tuviste con los lugareños? ¿Nos puedes contar cómo fue el proceso de construcción con este material?
CH: Una vez que llegué a Irsina llevé a cabo cuanta metodología participativa conocía. Cartografías colectivas, preguntas publicas, encuentros sociales, visitas a actores claves entre otras actividades menos planificadas y espontáneas.
Durante dos meses me dediqué a escuchar y a observar. Como hablaba poco Italiano al comienzo, escuchar esa mi mejor cualidad. De ese modo logré crear relaciones profundas con las personas que exhibieron sus historias dentro del museo. Sumarlos a participar de la instalación fue toda una proeza, ya que los textos exhibidos fueron en su mayoría escritos por ellos y los objetos que hicieron parte de la muestra eran cosas sencillas que los acompañan cada día. Tuve que convencerlos de que sus historias eran importantes y que en eso tan cotidiano estaba el valor de lo que haríamos juntos en la primera sala del museo llamada “de lo efímero”.
La segunda parte del museo se llamaba “de lo sacro” y fue el resultado de un intenso trabajo que realizamos junto a las profesoras de la escuela de Irsina, con quienes creamos un mundo de fantasía para los niños y niñas de la escuela pública. Fueron las niñas y los niños que imaginando el pasado verde de esta región dieron forma a lo que fue la exhibición del “bosque sagrado”.
El museo fue un espacio íntimo y durante la tarde del 19 de octubre aquí brotaron abrazos y chorrearon lágrimas y los fardos de “paglia” fueron soporte y testigo de todo este encuentro inédito. Mover 300 metros 45 de estos fardos hasta el centro del poblado, fue la acción que consolidó la estrecha relación que construí junto a la única familia que habita Taccone. Los fardos son suyos, es el fruto de su trabajo y de todo lo que creen como familia. Poner este material al centro de la instalación fue ante todo un potente símbolo de reconocimiento para quienes aún resisten el abandono de esta parte del sur de Italia.
FD: Entre las muchas historias y anécdotas del lugar, mencionas que te encontraste con una sorpresa: el rastro de un mural hecho en el año 1977 por una brigada de artistas exiliados de la dictadura chilena. ¿Nos puedes contar un poco más sobre eso? ¿En qué medida logró sumar un aporte a tu proyecto?
CH: Durante el año 1977 un grupo de artistas chilenos, exiliados de la dictadura del genocida Agusto Pinochet, llegaron al sur de Italia. Eran parte de una brigada llamada “Pablo Neruda” que recorrían ciudades y poblados pintando los símbolos de la reforma agraria junto a las comunidades locales. De esta historia yo no sabía nada, hasta un par de semanas iniciado mi trabajo.
La brigada Pablo Neruda pintó en Taccone un mural gigante a la entrada el “borgo”. De esta obra casi no hay rastros, solo se distingue la punta de una pequeña bandera chilena y la cabeza de una paloma. Pero muchas personas recuerdan aún el mural y por suerte para mí el fotógrafo local Tonino Catena tenía algunas fotos antiguas del mural.
A través de la historia de este mural es que comencé a crear un vínculo personal y muy emotivo con este lugar y con las personas que habitan aquí. Saber de la existencia de este mural me permitió encontrar la vereda desde la cual quería relacionar la historia de este sitio con mi historia personal. El mural fue parte de las historias exhibidas en el museo, que para seguir sumando coincidencia fue abierto al mismo tiempo que en Chile sucede el estallido social.
FD: Entiendo que el proyecto propuso desde su postulación la construcción de un fotolibro, disponible para revisar online en la plataforma Issuu , ¿Por qué elegiste ese formato? ¿Cómo crees que puede aportar la difusión de esta experiencia?
CH: En cuatro días de trabajo intenso construimos el museo. Durante el primer día montamos los fardos de “paglia” entre medio de las paredes del “borgo” Taccone. En los dos días siguientes trabajamos dentro de un mundo de fantasía junto a los niños y niñas para completar el espacio del “bosque sagrado”. Al cuarto día montamos la sala donde se exhibían las historias y los objetos de las diez personas que fueron parte de la muestra, y al otro día todo desapareció, solo quedaron rastro de paja por las calles vacías.
En lo personal, fue fuerte para mí ver desaparecer la instalación y asumir que solo estaría abierta unas pocas horas. Pero esa era la experiencia que el proyecto quería crear, una emoción única que llega cuando caemos en cuanta que este lugar tan importante ya no existe y que solo es memoria de quienes estuvimos ahí. Así, el desarrollo de un proyecto editorial me pareció interesante porque un libro es algo que se hace para que permanezca.
Durante cuatro horas el museo estuvo abierto al público, que llegó masivamente. Sin quererlo la jornada del 19 de octubre se transformó en una “performance”, llegó Emar con sus velas sobre la espalda y transformó la visita al museo en un verdadero rito. La gente entraba al museo, se leían en voz alta todas las historias, se reconocían en ellas y luego entraban al lugar creado por los niños y niñas para salir por un estrecho pasillo hecho de “paglia”.
Al fin de al tarde un niño sobre una grúa horquilla cerró definitivamente el museo, moviendo los grandes fardos de paja. Desde ese momento nadie pudo acceder al espacio y en un acto planificado exhibimos el neologismo creado para esta ocasión “lucusescenza”. Luego de eso en una procesión improvisada, el árbol que representaba el bosque al interior del museo fue llevado al centro del campo y quemado ante la presencia de los visitantes. Así el museo dejó de existir, la noche del 19 de octubre del 2019.
El libro ahora se encuentra disponible en formato físico y está hecho de las muchas piezas que quedaron de mi paso por Taccone. Los poemas de Emar, las historias exhibidas en el museo, los fundamentos de la instalación y algunas de mis fotos tipo documental.
FD: Ya terminada esta iniciativa, ¿Tienes próximos proyectos en mente?
CH: Creo que este proyecto me llevó a cruzar muchas lineas entre la arquitectura y la etnografía, usando el arte público y la fotografía como medio de expresión. Ha sido hermoso el haber sido testigo de la construcción colectiva de proyectos de memoria. Así que si, estoy lleno de ideas que podrían llevarme a proyectos.
Ahora trabajo en un Fondart llamado “La grandeza de doce pequeñas iglesias en el Chiloé Rural” junto a Antonio Sahady y Constantino Mawromatis, donde estoy poniendo a prueba nuevamente el valor de lo cotidiano en el reconocimiento colectivo de la identidad y la memoria.