Este artículo de Lucía de Molina Benavides y Elisa Valero Ramos fue publicado originalmente con el título "La vivienda colaborativa en la era digital como proceso sostenible" [1] en el número 31° de la revista Dearq el 01 de septiembre de 2021 (DOI: https://doi.org/10.18389/dearq31.2021.03).
El artículo indaga sobre como la era digital ha supuesto una revolución en la vida de millones de personas. En la actualidad, se observa cómo el desarrollo tecnológico está afectando la sostenibilidad social de las ciudades en temas como exclusión, individualismo o gentrificación. En contraposición, dicha tecnología aplicada de manera transversal genera inclusión, diversidad y sentimiento de comunidad. Este artículo afronta el tema de la vivienda colaborativa, entendida como un proceso participativo, extendido más allá de las fases de proyecto y construcción, hacia la gestión y uso de los espacios que, gracias a las tecnologías digitales, favorece su sostenibilidad social.
A continuación, lo presentamos como parte de una colaboración conjunta para contribuir a la difusión de investigaciones, análisis y opiniones que la comunidad académica nacional e internacional elabora sobre la arquitectura, los temas de la ciudad y las áreas relacionadas.
Introducción
Al inicio de la era digital, acontecimientos como el calentamiento global o la pasada crisis económica despertaron conciencia respecto a la necesidad de ofrecer soluciones sostenibles en todas las escalas. La llegada de internet como una gran red de conexión posibilitó la economía colaborativa e impulsó la creación de plataformas digitales como un medio de contacto directo entre personas para el intercambio de servicios, bienes o conocimiento. Sin embargo, avanzada esta nueva era, se ha evidenciado que, en el ámbito de la vivienda, ciertos modelos que en sus inicios eran colaborativos han dejado de serlo y están causando un efecto negativo en las ciudades. El marcado desarrollo tecnológico presente en la sociedad desde un modelo top-down aumenta el individualismo, la exclusividad y la movilidad, y afecta aspectos de la sostenibilidad social de naturaleza intangible y subjetiva, como la cohesión social, la identidad, el sentido del lugar y de pertenencia o la sensación de bienestar o de calidad de vida (Bouzguenda, Alalouch y Fava 2019, 9).
Empresas digitales como Airbnb, que nacieron bajo la filosofía BnB (Bed & Breakfast) con un fin colaborativo, en que una familia ofrecía una habitación a un viajero, al eliminar la relación directa entre anfitrión y huésped, se han transformado en un servicio turístico que opera como un negocio especulativo. Del mismo modo aparece el modelo coliving, una red global privada de servicios compartidos que, operado nuevamente por empresas digitales, funciona como un gran “Airbnb” densificado dirigido a turistas y nómadas digitales (fig. 1). Consecuencia de estas actividades, los centros turísticos de ciudades como Barcelona o Ciudad de México están experimentando un fenómeno de gentrificación a causa del aumento del precio del alquiler de la vivienda, que resulta inasequible para el ciudadano medio. Asimismo, se reduce la oferta de alquiler de vivienda habitual, al ser más rentables las estancias de corta duración.
En contraposición a esto han entrado en auge otros modelos verdaderamente colaborativos, como el cohousing, en los cuales la digitalización e internet surgen desde un enfoque bottom-up como unas herramientas que promueven una mayor participación entre los usuarios en la gestión y uso del espacio o en la optimización de los recursos de todo tipo (fig. 2). Así, se convierten en proyectos abiertos que dan lugar a sinergias que mejoran las relaciones entre sus habitantes, lo cual reduce la soledad no deseada y la exclusión social.
El objetivo de este artículo es demostrar cómo la tecnología digital, utilizada de manera transversal, potencia la participación del habitante en procesos que generan vínculos con la comunidad y el lugar, y que favorecen así la sostenibilidad social de las viviendas colaborativas (Dempsey et al. 2011, 290-295).
La vivienda colaborativa en la era digital
A lo largo del tiempo, diversos proyectos de vivienda social han puesto de manifiesto la relación entre los procesos participativos y la cohesión de sus comunidades. El arquitecto holandés N. John Habraken, en su teoría de soportes, propone una fase de diseño como un proceso colaborativo (Habraken y Mignucci 2009, 11), al igual que lo hace el arquitecto chileno Alejandro Aravena, que extiende la colaboración hasta la fase constructiva. Con ello, ambos pretenden adaptar el modelo de vivienda a las necesidades de sus usuarios. Aunque parten de una concepción de proceso abierto a lo largo de toda su vida útil, la parte colaborativa es limitada, porque se produce únicamente durante las fases técnicas.
El modelo cohousing, a diferencia de los anteriores, propone mantener la colaboración a través de procesos participativos de manera permanente, que conducen a una comunidad más cohesionada.
En la actualidad, la reunificación de las esferas doméstica, laboral y social, gracias a la tecnología digital, han convertido la vivienda colaborativa en un escenario estimulante. La reprogramación de las salas comunes en oficina, sala de juegos, aula e incluso gimnasio por procesos participativos abiertos permiten consolidar la comunidad: “En un sistema abierto, lo que configura el final no es destino, que da por supuesto que la vida evoluciona de una manera determinada, sino el proceso mismo” (Sennett 2019, 252).
Estos modelos de vivienda son sostenibles no solo porque los procesos participativos se mantienen a lo largo del tiempo, sino porque se sostienen de manera ilimitada y con el propósito de resolver problemas futuros. Dichos procesos se vuelven más eficientes a lo largo de la vida útil del modelo, tal y como afirma el arquitecto Federico Soriano:
Desde hace tiempo venimos impulsando la idea que un proyecto es un procedimiento más que el resultado de un proceso. […] Los procedimientos son, actuaciones por trámites que se realimentan constantemente, modificándose la trayectoria generada, ya sea por el entorno o por el propio proceso, integrando o absorbiendo nuevos datos, condiciones cambiantes o la aparición de agentes recién llegados. (2014, 107)
La metodología utilizada para validar esta hipótesis es el estudio de dos casos de vivienda colaborativa, entendida esta como procesos abiertos dirigidos hacia el desarrollo de una vida enriquecida, gracias a su diversidad, y potenciada mediante la tecnología digital, como una herramienta de empoderamiento e interacción con el medio. Se pretende, a través del análisis de sus procesos, demostrar la influencia positiva de la tecnología en la sostenibilidad de la vivienda colaborativa por medio de resultados intangibles y el testimonio de sus habitantes.
Casa en construcción en Quito
Se trata de un caso de rehabilitación de un conjunto residencial en el centro histórico de Quito que los vecinos habían abandonado, al igual que otros inmuebles, a causa de la gentrificación de la zona tras la implantación en 2012 de la Ordenanza Municipal 236 (Oviedo, Llugsha y Ocaña 2020, 151) para promover la actividad turística (fig. 3).
La intervención ha consistido en transformar una casa en estado ruinoso de más de 600 m², de los que solamente 50 estaban ocupados. Ante la necesidad habitacional y económica de los propietarios, que no disponían de recursos para financiar el proyecto, y de los arquitectos, que buscaban un lugar de trabajo propio, surgió el trueque como un modelo de actuación. Así, se intercambió diseño y construcción, por tiempo de ocupación, y ambas partes han resultado beneficiadas. A partir de esta filosofía colaborativa, el proyecto se ha planteado como un catalizador para la regeneración del barrio, que ha atendido no solo a los aspectos materiales del patrimonio arquitectónico, sino también a los intangibles, ya que se ha apoyado en las relaciones sociales y redes locales de los habitantes.
La propuesta se desarrolló con el apoyo de la tecnología digital, como un proceso continuado en el tiempo para optimizar los recursos disponibles: materiales existentes que se reutilizan y mano de obra local que, dividido en varias fases de construcción, ha permitido implementar, en las etapas sucesivas, soluciones aprendidas a lo largo del proceso. De esta manera, la construcción ha reutilizado los materiales de la propia obra, con un desperdicio mínimo, al hacer del reciclaje la fuente principal de recursos. Avanzadas las fases constructivas y gracias a aplicaciones de chat, se han conseguido incluir en este proceso los restos y stocks de materiales existentes en la ciudad, provenientes de demoliciones, a través de la creación de grupos y redes de contactos, como el Fondo de Materiales Inservibles (fig. 4).
A medida que han avanzado las etapas, se han generado nuevas sinergias, y así el proyecto ha resultado en un proceso abierto de cooperación que continúa después acabada la obra y se consolida con el tiempo (fig. 5). De nuevo, ha sido posible con la intervención tecnológica que, a través de su difusión en las redes sociales, ha cambiado la escala de la participación, la cual ha ido desde familiares y amigos, mediante eventos organizados en Facebook, hasta arquitectos y estudiantes nacionales e internacionales, por medio de talleres de experimentación y prácticas profesionales (fig. 6). De la misma manera, con el tiempo también ha surgido una red de intercambio de servicios como el Tratado de Libre Cambalache.
La reconfiguración de los espacios arquitectónicos también ha ido evolucionando a medida que ha avanzado el proyecto, adaptándose a las necesidades de sus habitantes y dando lugar, aparte de las viviendas de los propietarios y de la oficina de arquitectura, a otras unidades habitacionales, como una residencia para los estudiantes de arquitectura en prácticas, que con ello contribuyen a la diversidad de la comunidad (fig. 7).
El éxito de este proyecto evidencia el poder de la colaboración que, con tecnología digital, promueve iniciativas participativas desde diversas escalas. A partir de este modelo, han surgido multitud de microintervenciones que han conseguido regenerar la identidad del lugar, su revalorización económica y el empoderamiento de sus comunidades:
Nuestra casa refleja la constante búsqueda de sentido y reflexión que tenemos sobre nuestra práctica. Es un proceso que no tiene fin. Nace de lo ordinario, de las necesidades cotidianas y se relaciona desde ellas al mundo. Adaptar el proyecto para que nos permita trabajar de acuerdo a como queremos vivir; después de todo, creemos que la profesión es importante, pero más importante es la vida. (Testimonio de uno de los habitantes del complejo y miembro de Al Borde)
Cooperativa La Borda en Barcelona
Este proyecto de cooperativa, formado por una comunidad intergeneracional, se sitúa en un recinto industrial abandonado de Barcelona, Can Batlló, y nace de la necesidad de proporcionar vivienda social en una zona donde el mercado inmobiliario la hace inasequible a los vecinos del barrio (fig. 8).
Esta cooperativa de 28 viviendas con espacios de relación y servicios compartidos (fig. 9) se ha llevado a cabo mediante la cesión de uso. En este caso, el Ayuntamiento ha cedido durante 75 años el uso de un solar público para la construcción de vivienda social en autopromoción, donde los cooperativistas deben cumplir con los requisitos establecidos por el Estado: no poseer propiedades inmobiliarias y tener un ingreso anual inferior a 40.000 euros. En este modelo, los habitantes han adquirido el derecho de ocupación mediante el depósito de una entrada de 18.500 euros, retornables, y el pago mensual de una cuota, acorde con la superficie de cada vivienda, además de una cuota de socio de 200 euros.
El proyecto se ha ideado como un proceso de colaboración continuo desde sus primeras fases de diseño, financiación y construcción. Hasta el día de hoy, la tecnología ha favorecido la gestión y su uso, al adaptarlo a las necesidades de sus usuarios. En este caso, el blog de la cooperativa ha supuesto un gran apoyo en la fase de financiación, ya sea porque ha posibilitado donaciones de particulares o por la participación en ella como socios externos, para la promoción de futuras cooperativas (fig. 10).
Asimismo, se han creado aplicaciones digitales propias para la gestión de recursos y el seguimiento del consumo energético, a fin de obtener así una mayor eficiencia de las instalaciones (fig. 11). Medidas como el reciclaje de residuos o la realización de encuestas para conocer el confort climático de los usuarios permiten el bienestar de la comunidad a bajo costo (fig. 12).
En cuanto a los espacios compartidos, aparte de los dedicados a la vida diaria como la lavandería o la cocina-comedor, aparecen otros de naturaleza flexible que, gracias a la tecnología digital, permiten su desprogramación a favor de una mayor interacción de sus usuarios. De esta manera, espacios neutros se convierten en espacios coworking, en cine o en talleres (fig. 13). Finalmente, a través de redes sociales, se organizan eventos abiertos al público como comidas, visitas a la cooperativa o jornadas abiertas con talleres infantiles, debates, etc., donde se refuerzan los vínculos y la cohesión de la comunidad.
Tras el éxito de esta cooperativa ha surgido otra iniciativa, Sotrac, con la intención de reproducir el modelo de La Borda en terrenos ubicados en la misma zona. Así, el modelo colaborativo, con ayuda de la tecnología digital y en beneficio de la comunidad, es capaz de reactivar un área urbana obsoleta y de favorecer la sostenibilidad social de las ciudades. “Queremos recuperar el vínculo entre personas como antes pasaba en los barrios y en los pueblos. Y a la vez resolver necesidades habitacionales. Es más que compartir espacios, también darse apoyo mutuo” (testimonio de Ernest Garriga, de la Cooperativa La Borda, citado en Rodríguez Bosch 2020).
Conclusiones
De los casos de estudio analizados, se observa que la tecnología digital facilita la interrelación de sus usuarios e impulsa, por ejemplo, la organización de eventos de diversidad cultural, las iniciativas de crowdfunding, la optimización de recursos o el reciclaje de materiales. Esto repercute de manera directa en los indicadores intangibles de sostenibilidad social, como los sentimientos de empoderamiento, de identidad o de pertenencia al lugar y a la comunidad.
Cuando la vivienda se concibe como un proceso participativo abierto, va más allá de sus fases de diseño y construcción, y se continua en la gestión y uso del modelo (Lacol y La Ciudad Invisible 2018, 108 y 109). En este aspecto, la tecnología digital desempeña un papel fundamental ya que, gracias a ella, se realiza un seguimiento permanente y se reajuste para una mayor eficiencia, como modificaciones en el consumo de las instalaciones o en el uso de las zonas comunes, que se adaptan a las necesidades de cada momento. Esto, en la era digital, donde el teletrabajo se implanta, abre la posibilidad de que los habitantes puedan reducir su movilidad a favor de una mayor interacción con el resto de la comunidad.
La sostenibilidad social del modelo se vincula de modo especial con el hecho de que sus habitantes sean residentes estables, ya que esto implica cuestiones como la inclusión y la concienciación ambiental, resultado de su interacción permanente con el entorno (Dempsey et al. 2011, 296). Cabría analizar, por contraste, la sostenibilidad social y la cohesión de la comunidad en aquellos modelos también llamados colaborativos, pero concebidos desde una posición top-down, en el que sus usuarios, nómadas digitales, están desvinculados del lugar.
Modelos sostenibles son los que, mediante el uso de la tecnología digital de manera transversal, dan como resultado una arquitectura colaborativa con procesos participativos que cohesionan la comunidad. Se convierten en espacios de relación e intercambio para sus ocupantes y dan lugar a sinergias que generan un compromiso, reflejado en el uso responsable de los recursos compartidos, que evitan problemas sociales como el individualismo, la exclusión social o la gentrificación de los barrios.
Notas
- * Este artículo se elaboró a partir de las investigaciones realizadas para el desarrollo de una tesis doctoral, aún proceso, centrada en el estudio de la sostenibilidad de los modelos colaborativos surgidos en la era digital.
- La tecnología digital ha marcado el inicio de una nueva era. Aunque esta nueva revolución comenzó en la segunda mitad del siglo XX, en el nuevo milenio es cuando ha tenido repercusiones significativas en la sociedad.
- En 2006, el colapso de la burbuja inmobiliaria estadounidense derivó en una crisis financiera global en 2008.
- Se trata de un modelo inmobiliario con sedes por todo el mundo y concebido como un servicio efímero, centrado en un usuario sin residencia estable. Se muestra como el “hogar” de una “comunidad de ciudadanos globales”, para estancias entre uno y doce meses (De Molina y Valero 2020, 95 y 96).
- La figura del turista digital está representada por un individuo hiperconectado, para quien el smartphone predetermina los viajes como itinerarios estipulados (Manibardo y Fernández 2021, 132).
- Este perfil social surge con la digitalización de servicios y nuevas formas de trabajo, caracterizado por individuos jóvenes con poder adquisitivo alto y sin obligaciones familiares, que utilizan la tecnología para trabajar desde cualquier lugar del mundo (De Molina y Valero 2020, 95).
- Se trata de un modelo colaborativo surgido en Dinamarca en los años sesenta, por la insatisfacción de las familias danesas con respecto al diseño de las viviendas convencionales, inadaptadas a sus necesidades. Consiste en viviendas individuales con estancias y servicios compartidos, diseñadas y gestionadas por la comunidad.
- La Organización de las Naciones Unidas define el desarrollo sostenible como la satisfacción de “las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades” (Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo 1987).
- Talleres organizados por la Organización Nacional de Estudiantes de Arquitectura Ecuador, sin fines de lucro, para un cupo de veinte estudiantes. Su difusión como tutoriales de construcción ha tenido un impacto significativo, al ser los videos DIY con más descargas de la red.
- El Programa de Residencias es una experiencia de seis meses para cuatro estudiantes internacionales.
- Formada por una comunidad de unos sesenta miembros, donde un 43 % son parejas; un 24 %, familias; un 10 %, grupos de amigos; un 10 % personas solas, entre ellas jubilados.
- El modelo de cesión de uso Andel y FUCVAM ponen en práctica un modelo de vivienda colaborativa en el que la propiedad del inmueble es colectiva y recae siempre en la cooperativa. Ello evita que sus habitantes se conviertan en propietarios o inquilinos y se protege la vivienda frente a la especulación.
- En una entrevista realizada por La Fábrica del Sol a un miembro de la cooperativa en 2019 se comprueba la alta demanda de este modelo, pues ya en esa fecha había una lista de espera de 70 personas.
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