Históricamente, el consumo de música ha estado estrechamente relacionado con los entornos en los que se disfruta. Antes de la llegada de las grabaciones musicales, escuchar música era una actividad social ligada a rituales colectivos en espacios físicos, como conciertos o reuniones comunitarias más pequeñas. Con el desarrollo de los discos musicales y ahora con la disponibilidad actual de prácticamente cualquier tipo de música a nuestro alcance, experimentar la música se ha convertido en una tarea más solitaria y rutinaria. Sin embargo, volver a las raíces de las experiencias musicales comunitarias puede desbloquear numerosos beneficios muy necesarios en una era digital aislante. Estos eventos musicales colectivos tienen el potencial de mejorar significativamente la cohesión social de una comunidad y también su salud mental a través de experiencias compartidas memorables.
El aspecto físico de estos no debe subestimarse. Es donde intervienen el diseño y la arquitectura innovadores, transformando meros espacios en catalizadores de la curiosidad, la trascendencia y la alegría colectiva. Al aprovechar la tecnología emergente y fomentar la colaboración interdisciplinaria, los profesionales de la arquitectura y el diseño pueden crear entornos que eleven los conciertos y los rituales musicales a momentos transformadores y de conexión a tierra.