Este artículo se publicó originalmente en Common Edge como "Presenting Architecture as Progressive, but Practicing Through Exclusion".
Para una profesión a la que le gusta presumir por lo bienintencionada que es y que se ve a sí misma como liberal, diversa, abierta y progresista, la arquitectura británica tiene un serio problema con la diversidad de casi todo tipo. A lo largo de la historia y hasta hoy, es un territorio dominado por personas de entornos acomodados. Aunque el Reino Unido ha sido responsable de la formación de muchas arquitectas brillantes, la industria aún no logra regular los salarios entre hombres y mujeres. Como consecuencia, la profesión de la arquitectura ha visto históricamente una gran pérdida de mujeres arquitectas después de los 30 años de edad, principalmente porque no ha sido capaz de proporcionar un equilibrio entre el trabajo y la vida familiar. Étnicamente hablando, la arquitectura es una profesión mayoritariamente blanca, considerando que estamos entrando en el año 2021. Un pequeño logro es el haber aceptado a la comunidad LGBTQ dentro de la disciplina, pero como ocurre con las mujeres y las minorías religiosas y étnicas, historias de comentarios poco profesionales, bromas inapropiadas, muchas veces dichas de manera "inocente" y la mirada en menos de su genero, rondan en el área.
Y eso sin mencionar el terror a la diversidad estética, que parece ser una paranoia compartida entre los "profesionales más respetados" de todo el mundo. Siempre que hay más de un par de variaciones de una ortodoxia predominante, uno se encuentra con manadas de académicos, profesionales y críticos que ululan sobre la muerte del significado compartido y la terrible y arbitraria voluntad de la escena contemporánea, que, por supuesto, es otra forma, de decir lo terrible que es que no todos construyan exactamente como lo hicieron, o como desearían. Pero si hay una entropía en el corazón de nuestra disciplina, no hay razón suficiente para preocuparse. Mientras nuestra profesión siga siendo gobernada por el mismo grupo selecto de siempre, la arquitectura que realmente importa seguirá siendo la misma, después de todo, no parece haber cambiado mucho en todo ese tiempo.
Uno podría encontrar divertido este último tema mientras que el primero es profundamente problemático, pero para un ámbito de producción humana cuyo propósito cultural principal es estetizar los valores, cosificar nuestra cultura en una forma construida, estilizar literalmente nuestra esfera de existencia con formas, proporciones, detalles, disposiciones, colores y materiales que encarnan nuestra existencia comunitaria de la misma manera que la ropa identifica y representa los cuerpos, estos dos déficits están profundamente interrelacionados y son insidiosamente dañinos. Incluso cuando aquellos de diferentes orígenes, orientaciones y etnias logran irrumpir en la profesión, incluso cuando logran ascender en las filas dentro de las oficinas, se ven obligados a hacer un pacto en el que deben dejar atrás todo lo que los hace diferentes, incluso su identidad debe estar alejada de cualquier tipo de expresión arquitectónica.
El rechazo uniforme de la libertad estética y estilística "radical", la presión continua hacia la conformidad, la continuidad, el contexto y los delirios compartidos de las modas arquitectónicas, significa que no hay, y nunca ha habido, espacio en esta vasta profesión para la encarnación de una diversidad que podría reflejar la sociedad en general y su composición ahora brillantemente variada. La arquitectura sigue siendo gobernada por una pequeña comunidad de hombres blancos heterosexuales. Aunque estamos asistiendo a una sutil inclusión de más mujeres en nuestro campo profesional, así como de profesionales de otros orígenes, colores y credos, necesitan ante todo actuar y proyectarse como si fueran discípulos de una especie de ser superior, o bien resignarse y enfrentarse al desprecio crítico y la burla de aquellos que encajan en el papel canónico de arquitecto. En consecuencia, lo que tiende a perpetuarse en este contexto es una arquitectura excepcionalmente limitada en su forma, tectónica y materialidad, consecuencia directa de una actividad profesional tan restrictiva como el canon irrefutable que, cada vez más sutilmente, se está inyectando en las venas de nuestros jóvenes arquitectos a lo largo de sus años de formación.
La intolerancia de la verdadera diversidad en la expresión exterior de la arquitectura es un resultado directo de la falta fundamental de aceptación de la diversidad real dentro de la profesión, cuya consecuencia es que nuestras ciudades y edificios son la reificación y expresión continuamente renovada de una cultura monolítica y excluyente. Para participar en el gran esfuerzo de agregar edificios a la esfera pública, uno debe aceptar complementar y alimentar este edificio, intercambiando la exclusión total de la profesión por una forma de inclusión que requiere que uno construya activamente monumentos a su propio borrado estético.
Más allá de las aulas, la ostensiva presión ejercida sobre las líneas de producción de los estudios de arquitectura "ayuda" a aquellos con tendencias arquitectónicas "fuera de línea" a "encontrar" el "camino correcto" para diseñar según la norma. En esto, la profesión de la arquitectura es muy parecida a la forma en que un niño "diferente" aprende a comportarse observando a sus colegas para luego ser aceptado. En este sentido, hay dos formas muy simples y ocultas en las que la exclusión de toda diversidad opera en el arte de la arquitectura.
Por un lado, está el argumento de la adaptabilidad y el respeto al contexto, que efectivamente dicen que hay que encajar con los vecinos, un discurso urbano bastante xenófobo, pero si nos detenemos a analizar, es una forma educada de decir a los recién llegados que sólo serán aceptados si se mezclan hasta el punto de desaparecer. Todo lo nuevo debe ser identificablemente similar a lo que vino antes, una versión arquitectónica del nativismo político. Por otro lado, hay argumentos que se basan en la propiedad basada en precedentes, en la que las desviaciones del contexto local se aceptan hasta cierto punto si se ajustan a las características del canon arquitectónico académicamente elogiado de la ortodoxia masculina tradicional. Todo lo nuevo que obviamente no encaja con sus vecinos debe ser similar a otros ejemplos anteriores de las élites arquitectónicas pasadas, una versión estética del nepotismo económico.
Para quienes logran abrirse paso en la universidad sin descartar su identidad, quienes logran graduarse y de alguna manera expresar su diferencia a través de la arquitectura en una profesión hostil, se encuentran con barreras y argumentos más irrefutables que tienden a perpetuar sólo aquellas arquitecturas capaces de añadir y reforzar el statu quo en funcionamiento. Como resultado, nuestras ciudades (y esta realidad va mucho más allá del Reino Unido) son un reflejo del pasado, no sólo profundamente nostálgico y retrógrado, sino principalmente dañino, sofocando la aparición de posibles espacios de diálogo que pueden contribuir a una transformación del discurso arquitectónico. En este contexto, la profesión de la arquitectura sigue su curso inquebrantable, rechazando toda posibilidad de adaptación y apertura, perpetuando sus estructuras de poder y erradicando metódicamente toda indicación de pluralidad u otredad.
En vista de ello, nuestra profesión "progresista" sigue difundiendo su infraestructura nacionalista y despótica, algo que no tiene absolutamente nada que ver con la imagen liberal y encubierta que predica. Vivimos en una época de litigios y de grandes cambios. Es imperativo que la arquitectura sea libre y realmente comience a incorporar una mayor diversidad dentro del campo profesional, ya sea a través de la construcción de edificios, o a través de nuevas estrategias de planificación urbana o asumiendo realmente su carácter progresivo que tanto predica. Que mil nuevos estilos producidos por cien grupos descontentos florezcan en el pálido cuerpo de la arquitectura contemporánea.
Este ensayo se publicó inicialmente en el catálogo Brave New World, editado por Marina Engel para el British School de Roma.