Sin duda, lo estamos afrontando mal: esperamos a que la oficialidad se corrija, cuando ya ha demostrado su total carencia de interés en hacerlo. La vida inteligente debe estar, por tanto, en algún lugar ahí fuera. Es sorprendente observar cómo las ciudades, cada vez más, se construyen de forma completamente ajena a sus habitantes. Dos ejemplos muy sencillos: el 23 de mayo de 1981 se celebró el llamado ‘Concierto de Primavera’ en el campo de rugby de la Escuela de Arquitectura de Madrid. El 18 de mayo de 1985, cinco años más tarde, The Smiths tocaban en el Paseo de Camoens —el recital aún puede encontrarse fácilmente en YouTube— ante miles de personas. Puede que la cacareada Movida cupiese exactamente entre esas dos fechas.
Allí, en el Paseo de Camoens, se han multiplicado las estatuas de libertadores y prohombres de América del Sur y ha brotado un monumento a la Santísima Virgen. Nada queda ya del paso de la troupe de Marr y Morrissey, por supuesto, como tampoco recuerdo alguno en la Escuela de Arquitectura. Algunos se escudarían en lo banal de los hechos, evidentemente, para demostrar así que no han entendido nada de lo que sucedió entonces. El hecho de que el monumento no hable el lenguaje público no es, en modo alguno, ningún secreto, sino que desvela la coexistencia de dos discursos en paralelo: el popular y el institucional. Pero la monumentalidad contemporánea ya solo parece conmemorar hechos trágicos o, más frecuentemente, naftalínicos. Y en el fondo, ¿a quién le importa? Manuel Delgado ha afirmado, en alguna ocasión, la pertinencia de memoriales secretos, no oficiales, como es el caso de Abbey Road en Londres. Quienes lo suscriben, han cruzado (calzados) ese paso de cebra en un par de ocasiones. Que así se queden las cosas entonces. Pero sirva su enunciado como demostración, una vez más, de que la ciudad sabe buscarse la vida cuando toca, sin esperar a sus gobernantes.
“Madrid no tiene suerte” era el título de un escrito que Emilio Tuñón escribió hace ahora 21 años en la revista Arquitectura (nº 293). Se trataba de un artículo de opinión realmente breve. En esencia, Tuñón exponía cuatro argumentos que justificaban su título y enojo:
a) la desafortunada operación de los rascacielos gemelos de Plaza de Castilla, a cargo de Philip Johnson y John Burgee;
b) la inexplicable ampliación del estadio de fútbol Santiago Bernabeu;