La flexibilidad de la arquitectura le permite cambiar y ajustar continuamente su forma en respuesta al progreso tecnológico, las tendencias sociales y artísticas, y las experiencias colectivas que vivimos. Los acontecimientos globales a gran escala, como las migraciones transatlánticas del siglo XIX, el impacto de la tuberculosis en el diseño y, más recientemente, los efectos de la última gran crisis sanitaria mundial (COVID-19), han desempeñado un papel importante en la configuración de la evolución de la arquitectura.
En el contexto de la crisis climática, el papel de la arquitectura y el urbanismo ha sido ampliamente debatido, ya que representa uno de los mayores desafíos de este siglo. Es innegable que si bien hay esfuerzos activos a través de políticas e innovación para evitar llegar a un punto de no retorno, la arquitectura ya se está adaptando a los cambios y condiciones extremas que provoca. Más que pensar en un escenario de futuro lejano o distópico, los paulatinos cambios en las condiciones climáticas han sido motores para modificar, a través de operaciones arquitectónicas, cómo concebimos los edificios contemporáneos.