Es otra noche helada en Chucuito, y en el restorán donde cenamos todos los participantes del XV TSL Puno, Jhony Chaves —más conocido como "El Gato"— nos cuenta historias sobre lugares imposibles, como Cerro de Pasco, un asentamiento minero peruano aún más alto, helado y crudo que Chucuito. Luego recuerda un pueblo perdido en la selva peruana al que solo se llega en barco y donde los zancudos parecen pájaros. Y después saltará a describir pueblos serranos que se inundan y se congelan casi todo el año, y luego el clima da algunos meses de descanso a las familias que viven ahí simplemente en casas hechas de barro.
Mientras el Gato avanza en su inventario de pueblos peruanos, es inevitable pensar en el realismo mágico de Macondo. ¿Es todo esto real? Sí, calza perfectamente que además se trate de un concepto acuñado décadas atrás, antes de García Márquez, por un europeo, para quien la naturaleza de su continente ha sido totalmente domesticada. Claro, Latinoamérica sigue siendo un paisaje y nuestra gran victoria es que logramos vivir en ella, a pesar de la naturaleza y sus desastres naturales. Así que los pueblos que evoca el Gato generan cierto confort en la mesa que compartimos, mientras el frío y la altura nos intentan jugar una mala pasada. "Podría ser peor", pensamos antes de cucharear la sopa que humea frente a nosotros.
Entonces, ¿cómo podemos intervenir y plantear espacio público en asentamientos rurales y predominantemente aimaras como Chucuito, donde la naturaleza nos recuerda constantemente que es el gran protagonista?