Siguiendo nuestra cobertura de Espacios de Paz 2015 en Venezuela, reflexionamos en torno a la crisis de la figura del arquitecto que trabaja en abstracto al territorio y sus problemáticas, y al fortalecimiento de una arquitectura colectiva, honesta y eficiente, que no sólo beneficia a las comunidades afectadas sino que, indirectamente, está 'regenerando' la manera en que ejercemos nuestra profesión.
En tiempos de crisis, la necesidad de avanzar nos obliga a movernos. Mientras las problemáticas latinoamericanas urgen la generación de instancias que permitan mejorar la calidad de vida de los barrios más vulnerables, los arquitectos -que abundan en la región- se ven presionados a ampliar su campo de acción y a buscar nuevos espacios fértiles para ejercer. Este encuentro de fuerzas no sólo se traduce en un aporte real a una comunidad determinada, sino que revela sutilmente un cambio en la manera en que enfrentamos el ejercicio de hacer arquitectura.
Frente a un encargo de alta complejidad, que debe responder a personas con necesidades urgentes y recursos limitados, el arquitecto latinoamericano se ha visto obligado a trabajar en base a la eficiencia y al trabajo en equipo, rescatando sus virtudes esenciales para ponerlas al servicio del ser humano. Virtudes que son básicas para demostrar que nuestro trabajo es fundamental, y no sólo en las zonas olvidadas de la ciudad.
¿Por qué el arquitecto en Latinoamérica parece estar volviendo a su origen?