La arquitectura, como cualquier otra profesión, necesita herramientas específicas para suceder. Mientras el poeta usa la pluma y el carpintero usa la sierra, el arquitecto también usa algunos instrumentos para traducir sus diseños en muros, pisos y techos. La complejidad de la arquitectura, sin embargo, requiere más que una pluma y una sierra de mano, mucho más que una regla y un tablero de dibujo; se requiere actividad colectiva y múltiples etapas, hasta que se haga la arquitectura real, la concreta, y para esto, hay pasos que deben seguirse y, para cada uno, existen diferentes herramientas.
En arquitectura no hay nadie que no haya fallado. En otras palabras, no hay arquitecto que haya logrado, cada vez, transformar ideas en espacios concretos y construidos. De hecho, este tipo de "fracaso" es muy común en la profesión; el largo e intrincado proceso necesario para llevar una idea a lo concreto significa que la mayoría de nuestros proyectos quedan solo como proyecto. Por lo tanto, dedicamos mucho tiempo a las representaciones, o presentaciones, ya que no sabemos cuando nuestro proyecto se presentará de nuevo.