“No hay que llegar primero pero que hay que saber llegar”, dice la canción. En la arquitectura, este camino muchas veces se piensa como una perfecta línea recta, pero en realidad es más bien un zigzag con la precisión de un electrocardiograma.
Comenzar a estudiar la carrera, luego dejarla, más tarde retomarla; recibirse pero luego viajar y recorrer el mundo; concursar hasta el cansancio; cruzar el océano en búsqueda de un maestro o trabajo; seguir tu corazón aunque el mundo te diga lo contrario. Todas estas decisiones fueron el norte en la brújula de algunos arquitectos argentinos. Recorramos sus primeros pasos, a continuación.