Desde la asunción de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, la amenaza de levantar (en realidad, terminar) el muro definitivo que separará a México y Estados Unidos ha motivado a arquitectos y páginas de convocatorias a proponer la solución 'arquitectónica' para esta barrera.
Rosada o inspirada en la paleta cromática del desierto de Sonora. Con paneles solares o en acero. Estrictamente arquitectónica o tibiamente interdisciplinaria, cualquier propuesta de diseño es fútil. En realidad, plantearse el encargo es fútil. No se trata del muro, sino de una hipotética solución al siguiente diagnóstico: la inmigración, y en particular la mexicana, está dañando la sociedad estadounidense. Hay que volver a un momento indefinido de la historia en el cual Estados Unidos fue grande. Ese es el análisis de Trump, quien planteó recientemente en su primera reunión con Angela Merkel, canciller alemana, que "la inmigración es un privilegio, no un derecho".