No es revelador señalar que el anuncio, diseño y construcción de los estadios mundialistas se ha convertido estrictamente en una operación de marketing urbano: sabiendo que el encargo programático de un estadio es bastante explícito, rígido y técnico, el principal esfuerzo creativo está en su exterior y en cómo una vista aérea nocturna lo mostrará iluminado como faro de espectáculo en medio de la noche. Tal como ocurre en las ferias internacionales, es la oportunidad de decirle al mundo lo bien que estamos.
Asumiendo esta condicionante, hay algo externo -pero fundamental - a este esfuerzo arquitectónico que la mayoría de las veces puede verdaderamente inmortalizar a un estadio: un público enmudecido por una red inflada, una jugada épica relatada con el corazón en la mano, una final infartante o un partido particularmente cargado de dobles lecturas.