En la producción arquitectónica (de calidad) del último tiempo, también llamado el estado del arte de la arquitectura, hay dos categorías que parecieran estar presentes en la mayoría de las obras que aparecen en revistas y blogs (o que despiertan de una u otra manera un cierto interés): el mix de programas y la sostenibilidad. Sin embargo, existen edificios que al no tener un programa complejo y/o haberse diseñados antes de que estos temas fueran un must para ganar concursos, pusieron su acento en otros aspectos. Menos pretenciosos, más cercanos a otras disciplinas artísticas, éstas obras (y sus arquitectos) aparecen de vez en cuando para devolverle una cierta espiritualidad y carga artística a la arquitectura…poniendo ese acento, desde mi punto de vista, en la materialidad. Es dentro de esta tradición que nos encontramos con las dos obras que les presentamos a continuación: el kiosko de flores en el cementerio de Malmö, diseñado por Sigurd Lewerentz (en 1969) y el museo La Congiunta, de Peter Märkli (de 1992).
Aún existiendo casi un cuarto de siglo de diferencia entre ambas obras; el especial cuidado puesto en el material, el atento diseño y la calidad de los detalles nos siguen dejando importantes lecciones de arquitectura.