El arte trasciende a la muerte. Y esto es más que cierto dentro de la que se puede considerar como obra póstuma del afamado director Stanley Kubrick. Aun cuando su realización fue llevada por otra figura emblemática como lo es Steven Spielberg, la cinta posee ese aire fantasmal y perfeccionista tan típico del primero. Quimera de dos visiones dispares, la cinta es un producto que busca perturbar y no dejar indiferente a quien la mira. Ofrece un telón de fondo antagónico, una vorágine destructiva, que silenciosa amenaza y anuncia un final trágico para todos sus protagonistas.
El filme se encuentra estructurado al más puro estilo de Kubrick, con actos bien diferenciados entre si y poseyendo una estética independiente en cada uno de ellos. La arquitectura se convierte en una herramienta más de la narrativa, en un elemento tan indispensable como la interpretación de sus actores. Es, dentro de un modo profundo de análisis, un reflejo de la condición mental y sentimental de su protagonista artificial. Este pasa de un ser lleno de inocencia a uno que pierde el significado de su vida y se abandona a la nostalgia.