Utilizar un bus de Transantiago es una experiencia estéticamente poco placentera. Si la imagen de la micro sucia, rayada, descuajeringada, como un viejo bandoneón cuyo fuelle está a punto de lanzar sus últimas notas (ya lo ha hecho, un par de veces, en pleno recorrido) es mala, la imagen del Transantiago en tierra es todavía peor.
Lo que debiera haber sido obra de cualquiera de los cientos de buenos arquitectos que hay en Chile terminó en manos del maestro Lucho, quien por unos pocos pesos apagó uno de los tantos incendios del lanzamiento de Transantiago en febrero de 2007. Armado de fierro, malla soldada, planchas de zinc y pintura de verde hizo aparecer, de la noche a la mañana, algo parecido a una estación de transporte público donde antes había una estoica paleta o con suerte una banca protegida por un techito encima. Las construcciones del maestro Lucho serían provisorias, ayudarían a capear el temporal y ganar el tiempo necesario para plantear soluciones definitivas, a la altura de un sistema integrado de casi primer mundo.
Ya cumplieron diez años de provisorias.