Hace algún tiempo, en la segunda mitad de los noventa, saber AutoCAD tenía su chiste. Yo di mis primeros pasos con la versión 11 en unos viejos y lentos 386 con coprocesador en la fría y oscura caverna de la sala de computación de la escuela de arquitectura de la Católica. Era algo más parecido al Pong o a la tortuga Logo que al sofisticado diseño asistido por computador que conocemos hoy.
Como éramos pocos los que nos manejábamos con el programa y yo era rápido con él, en uno de mis primeros trabajos me pusieron a hacer perfiles de calles para el plano regulador de una comuna de la Región Metropolitana de Santiago, una actividad mecánica, repetitiva, más cercana a la fabricación de salchichas que al diseño urbano (line – offset – extend – trim – insert block y listo). En una mañana podía hacer decenas de perfiles, sólo necesitaba saber la distancia entre líneas de cierre, el ancho de la acera, el número de carriles vehiculares, y si había estacionamientos laterales y bandejón (camellón) central para definir la forma de kilómetros de vías. No, no había tiempo ni dinero ni ganas para pensar en detalle, que eso se vería en planes parciales específicos para cada sector a realizar en un hipotético futuro.