La relación entre el hombre y la máquina ha sido durante mucho tiempo compleja y llena de matices, especialmente para los artesanos modernos. Aunque las máquinas se consideran a menudo herramientas que pueden aumentar la productividad, la comparación entre las manos y la eficacia mecánica puede ser engañosa. Las máquinas, con su capacidad para realizar tareas con precisión y sin fatiga, pueden eclipsar las cualidades únicas que definen la artesanía humana.
A diferencia de las máquinas, los humanos somos intrínsecamente imperfectos, y es esta misma imperfección la que fomenta la creatividad y la autoexpresión. Cuando una persona repite una tarea con las manos, lo hace con un ritmo, guiado por una conciencia y una comprensión que trascienden la mera repetición mecánica. Este ritmo no es sólo un patrón físico, sino un reflejo de la unidad entre la mente, la mano y el ojo, una conexión que las máquinas no pueden reproducir. El acto de hacer, con todas sus sutiles variaciones e imperfecciones, es lo que da sentido y valor al trabajo humano.